Tristeza

Miedo a todo lo que me temo que queda por venir, porque no sé como se puede atajar el precipicio al que nos abocamos

Atardece mientras corro agitado hacia el levante, persiguiendo con la mirada las nubes que se arrebolan en el horizonte. Corro semidesnudo, con la camiseta colgada de mi cintura, para dejar que el aire me acaricie el cuello, para que la brisa húmeda resbale por mi pecho, con la respiración entrecortada. Así noto que aún sigo vivo en este otoño que nos acecha para instalarse de nuevo en nuestras vidas. Y ya son unos cuantos.

Corro para espantar el miedo que me atenaza, la terrible tristeza que siento al ver todo lo que está pasando. Sí, sin duda esta tarde de domingo ha sido una de las peores que recuerdo. Seré un ingenuo si quieren, pero nunca pensé que llegaríamos tan lejos. Cuando lo anunciaban, en aquellos momentos que se sustituían en los cargos estratégicos a los más débiles por aquellos perfiles adecuados para la sublevación, cuando se agitaban las calles contra todo lo que supusiese España, cuando se aprobaban leyes rupturistas ajenas a toda lógica democrática, cuando una parte muy importante de personas e instituciones se ponían de perfil ante el cumplimiento de todo aquello a lo que venimos obligados las personas cuerdas, yo no pensaba que finalmente esto fuera a ocurrir como ahora lo veo. Pero sí que ha pasado. Y me llega el aciago horror de una sociedad resquebrajada, sin más margen que la cerrazón de las porras y las piedras… Y tengo miedo, por qué no decirlo así, miedo a todo lo que me temo que queda por venir, porque no sé cómo se puede atajar el precipicio al que percibo que nos abocamos, la incertidumbre de no saber si ya queda espacio para la palabra, o solo nos queda ver cómo descarrila el tren en el que nos movemos, apretujados en un mismo territorio, haciéndonos fuertes anclados en nuestras posiciones. Miedo sí, pero también mucha rabia, porque se nos recrimina que invoquemos nuestro derecho al voto, nosotros que sí lo tenemos reconocido por las normas que todos nos hemos dado, bajo la legitimidad que se arrogan aquellos que, precisamente, se han atrincherado bajo la nimbada claridad que proporciona una palabra tan bella como a veces vacía: la democracia.

Tristemente veo el futuro próximo como un lugar difícil y de desencuentro, un lugar en el que nuestro ingenuo y desaparecido Estado, ante la atracción hipnótica que desprenden los lemas de la insumisión, tan solo cuenta con armas desprovistas a priori de todo encanto: la Ley y del Derecho.

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