He de confesarte que hoy me siento más español que nunca. Tras el bullanguero día de ayer, despertar con la hora cambiada me ha dejado una sensación vaga, cercana al vértigo. Para que me entiendas, algo así como el desasosiego que produce el encontrarse de repente asomado en el umbral de una larga avenida vacía, sin coches ni gente, incapaz de echar a andar y sin más ruido que el de la respiración propia, o la desapacible sensación de tener que afinar el oído en busca del soniquete sordo que despide un columpio vacío que oscila sobre sus goznes oxidados en mitad de un jardín descuidado, justo en ese momento en que el día clarea aún antes de ser engullido del todo por la oscuridad tupida del fondo. Los lógicos pródromos de una batalla tan buscada como necesaria. Tú ya me entiendes. Pero ahí sigo y no me descuelgo de mis afirmaciones. Sin amaneramientos, ni postureos forzados, te repito que este país requiere de personas comprometidas que alcen la voz para afianzar la patria que nos han legado los que nos precedieron, los distintos pueblos que la habitan, que, por mucho que ahora se nos quiera negar, la historia nos enseña que han sido cosidos con pespuntes apretados y sufridos para conformar un solo país. No homogéneo, por supuesto, ni idéntico, ya lo sé, pero uno en su conjunto, engrandecido por su diversidad. Personas que, sin pudor ni remordimiento, puedan afirmar en alto su condición de españoles, amantes de todo cuanto nos une, de todo aquello que nos es propio y peculiar, y que defiendan sin ambages, claro que sí, lo que es singular y exclusivo de cualesquiera de las partes de ese todo. Personas que puedan desafiar en igualdad de condiciones, tanto afectivas como racionales, a quienes quieren imponer una escapada forzada. Ya sé bien yo la que me va a caer con esto que escribo, pero me resulta indiferente, porque me niego pensar que cuente con mejores argumentos, o más dignos de defensa, aquel que cuelga de su balcón una bandera que yo no reconozco -pero defiendo que pueda utilizar, sin imposiciones, si le viene en gana-, que yo, ahora que hondeo la que se ha tejido por todos y para todos, incluso para dar cobijo a aquellos que la detestan.

Por eso te repito que hoy toca reconocerme como el más español de todos. Tiempo habrá, cuando las aguas desciendan mansas, para hacer las críticas que me guardo en la recámara. Todo a su tiempo.

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