Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

Leo en el blog de Fernando Santiago sus recuerdos del Atlético de Madrid en el estadio Calderón, que pronto será demolido y le agradezco, como atlético que soy, que cuente unas vivencias que yo no tuve. A cambio contaré las mías del Atlético, que se llamó de Aviación desde 1939 y que recuperó el nombre de su fundación (1903), Atlético de Madrid, en el año 1947. No pretendo con esto emularle como hincha del histórico club, porque mi afición es muy inferior a la suya, pero como tuve ocasión de vivir unos tiempos atléticos, también de grandeza, que él no ha podido conocer, se los cambio, como si de cromos se tratare.

El estadio Metropolitano, al final de Cuatro Caminos, en la Avda. Reina Victoria, estaba abierto a la sierra madrileña y el aire frío no distinguía entre los aficionados de la "gradona", que veían el fútbol del pie y los de tribuna, aunque estos, sentados, lo combatían con mantas y petacas de coñac, porque entonces el whisky era rara avis. Los de tribuna sufrían, además del mayor precio de la entrada, el defecto de visibilidad, porque las columnas que sostenían la visera entorpecían la vista de alguna zona del campo. Recuerdo que lindando con el campo de fútbol, había un canódromo donde los galgos competían por atrapar a la liebre mecánica, cruzándose apuestas.

Fueron buenos tiempos para el club rojiblanco que ganó dos ligas en los años 40 y otras dos en los años 50, además de otros títulos, con un gran equipo, donde los canarios Silva y Campos eran las estrellas, como más tarde lo sería Ben Barek y Enrique Collar. En 1966, se trasladó al estadio Vicente Calderón y en esa década de los 60 también ganaría dos ligas.

Como mi padre y alguno de sus hermanos eran atléticos, no tiene mérito que yo y mi hermano Ignacio también lo seamos. Lo que sí lo tiene es que mi hijo mayor sea del Atlético, cuando ni le hablé de mis preferencias, ni le llevé a ningún partido del Atlético, porque vivíamos en Cádiz, pero resulta que uno de mis nietos, Juan, también es furibundo colchonero. El otro día, cuando coincidí con Fernando Santiago en el acto académico de recepción de Pepe Joly, le enseñaba la foto del niño y sus amigos, vestidos con la camiseta del Atlético, que me habían enviado. Por eso he llegado a la conclusión de que, a veces, se trasmiten con los genes las aficiones por un equipo, sin necesidad de que se haga proselitismo o que se gane al familiar, convidándole a los partidos del club de nuestros amores.

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