2017 es el año del 400 aniversario del voto inmaculista de ciudades como Sevilla y Jerez, cuyos ayuntamientos juraron el 8 de diciembre de 1617 defender la Pura y Limpia Concepción de María. Varias semanas más tarde, a finales de ese mismo mes, nace Bartolomé Esteban Murillo, del que, por tanto, también celebramos 400 años de su nacimiento. Curiosamente, este artista estaría llamado a ser el gran creador de Inmaculadas, quizás, de la Historia de la Pintura mundial. Esta casual coincidencia, que alguien podría calificar de providencial, parece incidir más en esa vinculación de este tema iconográfico con Murillo. Vinculación estrecha en vida y desmesurada tras su muerte, hasta el punto de que supuso un verdadero lastre para los altibajos que sufrió su fama en los más refinados círculos artísticos.

No obstante, lo que nunca perdió Murillo fue su popularidad. Buena prueba de ello es que cuando Jerez rememoró su pasado concepcionista durante la primera mitad del siglo XX fue su obra una referencia ineludible. En una localidad donde no hay originales del pintor nos queda una huella mucho más modesta pero significativa. Me refiero a los cuatro retablos cerámicos inmaculistas que se colocaron entonces en ciertos edificios históricos. Iguales y a la vez diferentes en acabados y detalles, todos ellos copian su "Inmaculada de Aranjuez" y fueron pintados por distintos autores en las trianeras fábricas de azulejos de la familia Mensaque. Se conservan en San Miguel (1904), San Francisco (1917), el Ayuntamiento (1924) y la Compañía (años cuarenta) y se hicieron para conmemorar hechos como el cincuentenario de la definición del dogma, las renovaciones del voto de la Ciudad en 1904 y 1917 o el impulso jesuítico de esta "Pía Creencia" en la efervescencia del XVII. Un patrimonio singular que sirve de pequeño homenaje para un pintor enorme.

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