A tiza

Pilar fuertes

Fuerzas diplomáticas

Ya sé que la nueva moda es cambiar el significado de las palabras como convenga al personal para hallar la posverdad (que no sabía yo que la verdad tenía un antes y un después). Pero está de moda la distorsión de la realidad y dicen que las mentiras deben sobrevivir si nos benefician. Desde luego a España no hay quien le gane en sobrevivir con mentiras: la crisis se ha terminado aunque no termine y todos somos iguales ante la ley, incluso con la de violencia de género o el impuesto de sucesiones. Ya se esforzó Celia Cruz en un estribillo contumaz cantando que la vida es un carnaval. A España le va tela eso de disfrazarse.

La palabra Fuerzas está ahora mismo como si hubiera ganado la final del Falla. Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en España se han hecho diplomáticos. Y, sin embargo, por más vueltas que le doy es imposible entenderla con camuflaje. A ver, ¿qué parte de la palabra fuerza no se entiende? Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, está claro. Fuerzas.

A mí de pequeña, cuando cogía una pataleta, mi madre me decía: "¡a que llamo a la policía!" Y se acabó. Nunca la llamó, pero el miedo se hizo eterno y habitó entre nosotros. Cuando fui creciendo se transformó en respeto, con secuencias de momentos de miedo como si en la tele estuviera viendo Historias para no dormir. El miedo se quedó para siempre. Miedo cuando aparco mal el coche, cuando hago una fiesta en casa y la música mueve la cama del vecino por Campanilleros, cuando riego las macetas del balcón y rebosa la bendita agua a los transeúntes... Sí, señores. Me da miedo todo eso y más cosas. Superable, pero sigo temiendo que alguien acabe llamando a la policía y unos agentes vengan a por mí con toda su fuerza. Me lo enseñó mi madre.

Pues hoy la 'fuerza' es pura diplomacia. Los Cuerpos de Seguridad del Estado se convierten en diplomáticos ante los delincuentes que de diplomacia saben poco. El chulo de barrio es más chulo, el infractor de normas siempre tiene a los abogados que le buscarán las razones justas para infringirlas, y el delincuente ya no comete un delito, sino un "acto susceptible de recurso por incapacidad legal de demostrar que fue pillado con las manos en la masa e in fraganti y el defecto de forma ha sobreseído el caso". Largo, ¿eh? Pero es que la vida ha terminado escrita en un inagotable pliego de descargo.

Así estamos. No hay miedo y la fuerza se tergiversa hasta límites insospechados. Nos estamos equivocando. Hasta nuestros políticos han dejado de tener miedo, y no sólo a las Fuerzas del Estado, a los ciudadanos, a sus votantes. No se tienen miedo ni a ellos mismos. No temen ni por sus actos, por sus palabras, o por sus insultos. Por la boca ya no muere el pez. Por no tener miedo, ya no temen ni que se les seque la yerbabuena. ¡Ay, María!

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