España

El escollo de los miércoles

HACE un par de navidades, en la copa que suele dar el Partido Popular en un hotel cercano al Congreso de los Diputados, el líder de los populares admitió en un corrillo de periodistas su descontento por el tono de las comparecencias de su secretario general, Ángel Acebes, los lunes, y de su portavoz parlamentario, Eduardo Zaplana, los martes. A pesar de todo, Rajoy dejó claro que los mantendría en el cargo, al menos hasta las elecciones generales de 2008.

Por aquellos mismos días, una persona cercana al gallego se quejaba en privado de que determinados medios de comunicación, apoyados en el aznarismo más recalcitrante, estaban marcándole la agenda de oposición al PP, y lamentaba, en concreto, que su partido tuviera que mantener el apoyo parlamentario a la teoría de la conspiración sobre los atentados del 11-M por "intereses mediáticos, cuando nadie se cree lo de ETA". Paradójicamente, pocos minutos antes, este dirigente, sin embargo, había declarado públicamente la necesidad de investigar hasta el final "porque los españoles tienen derecho a saber toda la verdad" sobre la autoría de dicha acción terrorista.

Esta especie de esquizofrenia política era muy común en la bancada popular por aquellas calendas. El guión de la teoría de la conspiración formaba parte de la estrategia de la crispación diseñada allende de la calle Génova para que el PP recuperara el poder en 2008, y pocos eran los que se atrevían a discrepar en público. A Rajoy mismo nunca le gustó ni la letra ni la música de la partitura impuesta, pero la aceptó como una especie de atajo contrastado -entre 1993 y 1996 funcionó a la perfección- para llegar a la Moncloa. Sólo se revolvió contra ella cuando los guionistas sentenciaron, tras la derrota electoral del 9-M, que el plan era perfecto pero "falló el líder", y lanzaron a la arena política a Esperanza Aguirre para que acabara con él y se convirtiera en la lideresa del PP y en la garante de unos intereses más mercantilistas que ideológicos.

Desde entonces, con el apoyo de los barones del PP, que sabían a quiénes representaba la presidenta de Madrid, Rajoy está dando los pasos precisos para deshacerse de los guionistas y de sus intérpretes más fieles. Primero, se desembarazó de Zaplana, que empezó por renunciar a la portavocía para acabar entregando el acta a cambio de un cargo de relaciones públicas muy bien remunerado en la Casa Común de la derecha y de la izquierda en la que se ha convertido Telefónica, y puso a Sáenz de Santamaría.

Una vez que Acebes ha tirado la toalla, harto de esperar, el líder del PP colocará en su lugar a un secretario general nuevo -no se lo ofrecerá a ningún barón- encargado de controlar la organización, y a un portavoz nacional, que será el hombre de los lunes. Para el primer puesto suenan Juan Costa y Jorge Moragas, y para el segundo, González Pons, sin descartar a Ruiz-Gallardón.

Solucionado el problema de los lunes y los martes, el principal escollo que tendrá que sortear Rajoy son los miércoles, cuando tenga que reinventarse en la sesión de control al Gobierno. Preguntarle a Zapatero como si no hubiera sido el líder del PP en la pasada legislatura es un ejercicio de renovación demasiado pesado para quien lleva sobre sus espaldas dos derrotas electorales.

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