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Vicente Lleó Cañal. Catedrático de arte

"En Sevilla las tradiciones que están más arraigadas son las inventadas"

  • El historiador sevillano, autor de 'Nova Roma', el ensayo definitivo sobre los mitos de la Sevilla del Renacimiento, lamenta la pérdida de criterio a la hora de pensar la ciudad y relativiza el mito barroco de la capital andaluza.

INTERIOR DÍA. Vísperas del estío. La vivienda donde habita Vicente Lleó Cañal, catedrático de Arte, es como su dueño: sobria y funcional.  Libros hasta el techo, pasillos, paredes blancas, grabados y una luz tenue, tímida, de estirpe clásica. Un espacio de quietud meridional. Una torre como la de Montaigne, pero sin el innecesario problema de la altura.

-¿Alguien que en Sevilla dice lo que piensa es un impertinente, un inconsciente o  alguien sincero?

-Probablemente, las tres cosas a la vez. En esta ciudad hay una superestructura de poder que no tiene una presencia física excesivamente potente pero que sí tiene capacidad de control. Puede hacerle el vacío a una persona, ignorarla y decretar su muerte civil. Aquí siempre hay que estar en un bando. Mantener la independencia es muy complicado.

-¿Esa es su experiencia?

-Algo sé de la materia. Ser independiente en Sevilla es un lujo. Y los lujos, claro está, cuestan dinero.

-¿Cómo ve usted a la ciudad?

-Yo recuerdo a Sevilla como una ciudad encantadora que se conservaba casi intacta.Tras el derribo de las murallas quedó congelada. Era pobre, pero aún tenía un encanto estético enorme que se ha perdido en pocos años. No me refiero a los monumentos, sino al contexto: el tejido en el que éstos se insertaban. Se ha construido ignorando este factor con resultados lamentables.

-¿El deterioro es anímico o físico?

-Es un deterioro físico y también espiritual. En aquella Sevilla pobre existía un cierto respeto por la ciudad. Incluso la gente más modesta tenía nociones sobre cómo mantener el alma de la urbe. El genius loci. Con el desarrollismo se perdió. La gente ahora carece, si es que alguna vez lo tuvo, de un concepto claro del buen gusto. La arquitectura popular, al contrario que los monumentos, siempre es mucho más frágil. Cualquier alteración la destruye.

-Su libro sobre la Sevilla del Renacimiento es la crónica de un fracaso: el del humanismo sevillano.

-Habla de la Sevilla del siglo XVI. La ciudad que recibe al emperador Carlos V, a la que acuden humanistas como Castiglione o Navagero y toda la intelectualidad de la época.  Donde se discuten las ideas de Erasmo. Cuando cambia el contexto histórico se diluye la idea de imperio de la Corona y empieza la creación de los Estados, estas ideas son superadas por la realpolitik. La cristiandad, que era monolítica, se divide con el cisma protestante. Comienza la Contrarreforma. Erasmo es censurado. Los círculos intelectuales se retiran de la vida pública para refugiarse en sus tertulias. Dejan de publicar. Sus escritos sólo circulan en manuscritos. Hay una dejación de la idea esencial del humanismo: pensar que  el hombre puede modificar su vida aplicando la razón.

-¿Se produce una derrota?

-Más bien es un retraimiento. Todos los humanistas, que dependían  de la Corona, ven que ésta renuncia a estas ideas y la Inquisición comienza a controlar la difusión escrita. Se censuran hasta los sermones. Hay pánico a decir lo que se piensa.

-En sólo tres décadas Sevilla pasó de ser la periferia de Europa a convertirse en el centro del orbe conocido. Desde entonces no hacemos más que añorar este pasado.

-Es un hecho recurrente en nuestra historia. Fíjese en San Telmo. En el XVIII el río ya no era navegable para los grandes barcos. Sevilla vivía una decadencia tremenda, que se incrementó cuando la cabecera de Indias se traslada a Cádiz. ¿Cómo reaccionamos? La Universidad de Mareantes alquila unos terrenos e inicia una construcción totalmente megalómana en aquel contexto de crisis terrible. Y le dan tratamiento palaciego. Ésta es la reacción de Sevilla: intentar agarrarse a algo grande en mitad del desconcierto.

-Una forma de negar la realidad

-Un desorbitado optimismo. Aquí creemos que un deus ex machina va a salvarnos. En unos casos mediante una escuela de navegantes y en otros, como en el 29 ó el 92, organizando una Exposición Universal.

-¿Este sentido heroico de Sevilla no tiene algo de demencial?

-Bueno, es que la sociedad civil tiene muy poco peso. Resulta dificilísimo movilizarla. Sólo lo consiguen el fútbol y la Semana Santa. Cualquier otra cosa da igual. Las pocas personas que tienen cierta inquietud, la esperanza de hacer algo, intentan cambiar las cosas sobre esta idea de una redención divina. Los resultados son frustrantes. Nos falta el carácter paciente y sólido de la labor diaria. Implicar a la sociedad.

-¿Nos iría mejor si fueramos algo más calvinistas o protestantes?

-Por supuesto. Y deberíamos protestar muchísimo más. Aquí se cometen atrocidades sin que la gente reaccione. Unos amigos irlandeses me contaron que en Dublín se han organizado manifestaciones porque en un determinado barrio empresas que compraban casas antiguas, al reformarlas, sustituían las ventanas de guillotina. ¡Y hacían una protesta por eso! Uno no sabe si reír o llorar. En Sevilla, en cambio, se comenten barbaridades y no pasa absolutamente nada.

-¿No hay mecanismos de relación distintos al fútbol o a las cofradías?

-No soy aficionado a ninguna de las dos cosas, pero me quedo asombrado de lo bien que funcionan: a los niños desde pequeños los apuntan a hermandades y clubes. En muchos aspectos estos fenómenos absorben excesivamente las energías de la ciudad, pero no cabe duda que funcionan. Quizás se deba a que durante la dictadura fueron la única vía de participación tolerada: había calles que no se arreglaban hasta que tenía que pasar una cofradía.

-Ambos fenómenos, más que integrar a iguales, fomentan la adhesión a unas jerarquías determinadas. Asumen un cierto 'statu quo'.

-Le respondo con un ejemplo histórico. En la Sevilla de Indias había un famoso dicho: no hay caballero sin ramo de mercader. Los mercaderes enriquecidos gracias al comercio con América, llegados a determinado nivel, en lugar de seguir siendo ricos lo que ambicionan es parecer nobles. Sevilla transforma a las personas: la burguersía del comercio, en muchos casos holandeses, genoveses o italianos, pasadas varias generaciones lo que quieren es poseer un palacio, fundar la Maestranza o la Hermandad de la Caridad, instituciones señeras de una aristocracia de nuevo cuño que ya no es tan antigua como la castellana y cuyo mayor éxito consiste en dejar de ser mercaderes para ser aristócratas.

-Todos asumen el ideal nobiliario.

-Buscan casarse con nobleza más antigua y crear su propio entramado. Importa más aparentar que ser. En Sevilla ocurre con mucha más intensidad. No hay más que ver las haciendas, que tenían una parte de representación social importantísima. Pasan de ser explotaciones agrícolas a convertirse en señoríos.

-¿El dinero hace el linaje?

-Yo no estoy muy metido en el mundo económico, pero quién no conoce a gente arruinada que pide créditos no para montar una empresa, sino para irse al Rocío. La cuestión es aparentar, cosa que tiene una larga tradición en España: el hidalgo empobrecido que se echaba migas de pan en el pecho para simular que había comido. En Sevilla ocurre  más porque hubo un enriquecimiento descomunal en muy poco tiempo y una ruina inmediatamanete posterior. Igual que pasa ahora. Yo soy aficionado a los caballos. En Sevilla a esto nos dedicábamos veinte personas. Hace unos años empezó a aumentar la demanda para tener un enganche, a pesar de que cuesta una fortuna. Preguntabas quiénes eran los nuevos aficionados y te decían: "Constructores".

-También van a la ópera.

-Ahora es un sitio donde hay que estar. Hay aficionados y otros muchos que cumplen un rito social.

-Nos gustan demasiado los ritos.

-Sevilla es muy singular, porque las tradiciones que más arraigan son las inventadas. Se inventa la historia. Así que no hay problema alguno en destruir a los testigos reales del tiempo para crear otros nuevos.

-¿Sabe que el Ayuntamiento le ha quitado el nombre a la plaza de Los Terceros para ponérselo al capataz de una cofradía?

-Eso es un disparate. El nomenclátor no debería cambiarse. Se puede poner una placa en recuerdo a alguien, pero no deben alterarse los nombres de las calles porque perdemos la conciencia histórica. 

-Esta costumbre de reinventar la ciudad siempre tiene como escenario el casco histórico. No dejamos de ser cortesanos intramuros.

-La urbe extramuros es más grande que la histórica. Pero sí. Algunas autoridades piensan que por introducir obras modernas de arquitectura Sevilla va a cambiar. Cosa que es incierta y que ha hecho un gravísimo daño al patrimonio. Las setas, por ejemplo, son un atentado: están fuera de escala. Es un proyecto de una estación de ferrocarril en la periferia de una urbe alemana. No tienen nada que ver con el centro histórico y empequeñecen a la Anunciación. No sé si es por ingenuidad o por ignorancia, pero resulta asombroso que se piense que estas intervenciones sitúan a Sevilla en el mapa. La gente no viene a ver las setas. Otro caso: la intervención en la Alameda, que es horrorosa. Existe mucha información, vistas del XVII y el XVIII, sobre este espacio. No se puede alegar desconocimiento. Lo que se ha hecho es una desvirtuación total. Y, por último,  está la Torre Pelli, que es una verdadera locura. Originalmente la locura todavía era mayor: tenían la idea gratuita de levantar cuatro torres en cada punto cardinal. ¿Para qué?¿Por qué no las hacemos todas juntas en el Aljarafe? Y se hace en un momento de crisis que va para largo, con Sevilla llena de locales vacíos y promovida por una caja de ahorros en quiebra técnica. Afortunadamente ha habido una reacción ciudadana que espero que consiga reconducir la situación, igual que con la biblioteca del Prado.Yo soy catedrático de universidad y ese proyecto me pareció un atentado: destruía un jardín pagado con fondos comunitarios y se saltaba toda la normativa. Se hizo con premeditación y alevosía, trabajando a tres turnos diarios. Ahora tiene que demolerse. Alguien tendría que pagar por esto.

-Los casos que comenta eran parte de un proyecto político concreto para reinventar Sevilla.

-La idea, al principio, no estaba mal. Pensar que Sevilla iba a tener firmas importantes de arquitectura... Eso vende muy bien, quiero decir que sirve para la propaganda y para aquella foto del balcón de Monteseirín, pero siempre que, en el fondo, no se te ocurra hacerlo de verdad. Con la Universidad hubo una complicidad que consistió en otorgarse medallas mutuamente.

-Somos una ciudad que practica un 'medalleo endogámico'.

-Lo del medalleo es terrible. Y mire el caso de Morales Padrón, a quien estuvieron a punto de no hacerle ni catedrático emérito. En el fondo, lo que pasa es que todos quieren ser ellos. Aquello que se decía antes: los revolucionarios, en realidad, desean ser también señoritos. Ésa es la aspiración general. El saber se mira con sospecha en Sevilla. Las academias somos reservas indias. Y el medalleo es absolutamente cómico. Algunos están todo el día dándose medallas entre ellos. Es como un circuito.

-Nuestra patología social consiste en aspirar a ser parte del 'statu quo', no a cambiar las cosas.

-Ya le dije: la gente hasta hace unos años compraba ganaderías bravas  porque lo consideraban el símbolo de haber llegado a algún sitio.

-Puro teatro social.

-Piense usted que cuando el duque de Montpensier montó su segunda corte aquí ayudó a crear una nueva aristocracia, gente como los Ybarra o los Bonaplata. Crearon la Feria, un certamen de ganado que inmediatamente fue adoptado por los sevillanos, que  pasaron a ser figurantes de un decorado teatral.

-¿Sevilla es barroca, como se dice?

-Depende de lo que se entienda por barroco. El término es evanescente. Aquí tenemos un barroco más ornamental que estructural. Un barroco de maestros de obra. Somos barrocos en lo aparente: los retablos de madera, los dorados, las cornucopias, la decoración pintada, el efecto. Pero no se sabe quien es Borromini.

-¿Sevilla no está en realidad más cerca de Nápoles que de Roma

-Qué más quisieramos que poder ser Nápoles. La única visión histórica de Sevilla que ha sido aceptada por casi todo el mundo es la del 29. No tuvimos ni ensanche, como Madrid, Barcelona o Málaga. No lo tuvimos porque no había burguesía. Nada más enriquecerse, los pequeños burgueses se construían casas neohistoricistas y dejaban de serlo.

-¿Sevilla vive por pura inercia?

-Después del Renacimiento no ha existido un movimiento de replanteamiento de la ciudad. No hay élites que lo asuman. Sí, es una ciudad tendente a la inercia.

-¿Tenemos un problema cultural?

-Un problema cultural y de falta de sensibilidad. Rafael Manzano tiene una frase memorable: lo importante no es tener sensibilidad para la belleza, sino saber percibir lo feo.  La gente en Sevilla, en cambio,  pasa delante de verdaderos horrores y no se inmuta o dicen "pues esto no está tan mal". Esto es muy sevillano.

-¿Aceptamos cualquier cosa?

-En la Polinesia los indígenas tienen la costumbre de fabricar aviones de madera y ponerlos en el bosque pensando que así los aviones de verdad les traerán cosas buenas. Aquí tenemos la misma idea ingenua: pensar que por hacer ciertas cosas vendrá la prosperidad. Las setas son una cosa futil, sin la menor utilidad, que además han costado una millonada. Una frivolidad andante. Les guste o no les guste, el futuro de Sevilla está en su pasado, no en este tipo de operaciones por mucho que hagan una exposición en el MOMa de Nueva York. Esto no cambia la vida de una ciudad.

-En Sevilla no salimos de la arquitectura efímera: suplantamos la ciudad inventándonos otra

-Eso ha pasado siempre. Las modificaciones urbanas se suceden, pero, incluso mirándolo con desapasionamiento y frialdad, lo que pasa es que los intentos de superposición contemporáneos son deleznables. La actual Puerta de Jerez no puede cogerse por ningún sitio. Sevilla fue construida por gente analfabeta pero con mucha intuición, insertada en una tradición centenaria. Nunca hubo una ruptura, sino continuidad, a pesar de las variaciones estilísticas. Eso se ha roto: ahora se trabaja como si estuviéramos en el vacío. En el mundo existe una enorme desconfianza hacia la arquitectura moderna porque no ha calado culturalmente. Arquitectos buenos  hay cuatro o cinco. Ahora sufrimos otra epidemia: todo el mundo trata de ser un genio, dejar su huella, por eso se buscan opciones polémicas que, en realidad, son pura forma

-Perdone la 'boutade'. ¿No nos iría mejor asumiendo que no somos una ciudad celestial, sino normal.

-Posiblemente. Es una boutade pero tiene usted razón: dejémonos de excepcionalidades y hagamos una ciudad práctica y cotidiana. Lo propio de Sevilla es lo contrario: en su momento existió un mercado de linajes que inventaba las ascendencias. Antiguedad y nobleza eran sinónimos. A la ciudad le pasó igual: su cronista, Peraza, pasa de puntillas por la etapa musulmana para vincular lo visigodo con lo castellano. Otras urbes, como Vitoria, quizás no tendrán tanto turismo, pero es limpia, ordenada, agradable y pasa desapercibida. El mito de Sevilla es tan fuerte que los turistas no pueden admitir que se han defraudado. Sería como admitir que pierden el tiempo y el dinero.

-¿Sevilla es una ficción? ¿Tan desesperados estamos para poner el nombre de Triana en la zapata?

-¿Alguien puede imaginarse en el Tíber un cartel que diga Trastevere? La mera idea ya es cosa de locos. Absurdo. Todos sabemos cuáles eran los criterios de la anterior etapa municipal. Ahora parece que ni siquiera hay criterio. Cualquiera que llegue con una idea genial vale. Mañana pintarán la Giralda de verde.

-No tener criterio es casi peor.

-Posiblemente. Lo que yo espero es que el Ayuntamiento se quede sin dinero y no invente nada más. No tenemos más que ver a los políticos. Son para salir corriendo, incapaces de hacer una frase con una sintaxis o una prosodia correcta.

-Vivimos en el relativismo cultural.

-No se valora nada. Y si lo dices te dicen elitista. Resulta increíble.

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