RAFAEL JIMÉNEZ, ESCRITOR Y POLICÍA

"Periodistas y policías tienen mucho en común"

"Periodistas y policías tienen mucho en común"

"Periodistas y policías tienen mucho en común"

-En La novia ahorcada en el país del viento trata el odio hacia las mujeres, en esa otra forma de violencia que es la prostitución.

-Di con el tema por casualidad, cuando leí el artículo de la periodista Tura Soler recordando la aparición de una chica ahorcada con lo que parecía un traje de novia, un caso que seguía sin resolverse. Me impactó, sobre todo, el ver la foto de la chica. Me hizo pensar mucho qué lleva a una mujer tan joven a quitarse la vida. Estamos hablando, además, de una localidad como Portbou, en la frontera con Francia, donde el tema de la prostitución es tremendo...

-Como en todo territorio fronterizo, imagino...

-Sí, pero aquí es exagerado. En el lado francés existen incluso agencias de viajes que te organizan el fin de semana a Gerona con visita a prostíbulo incluido. Hay muchas historias de trata de blancas provenientes del este de Europa.

-¿Cree que la prostitución es un tema en torno al que la sociedad suele mirar hacia otro lado?

-Lo consideramos como algo que hemos de asumir necesariamente y deberíamos revelarnos ante eso. Que un chaval vaya a un puticlub hay quien lo sigue considerando una pequeña hazaña. En Sevilla, por ejemplo, había una campaña sobre la prostitución, que alertaba a los jóvenes de que no era más que otra forma de maltratar a las mujeres. Es una forma de maltrato que se asume socialmente y se asienta en nosotros de manera casi imperceptible. La gente debería saber, además, que la prostitución da más dinero que la droga: sus grandes capos se lucran con mayor cantidad de dinero.

-Otro de los protagonistas de la novela es el viento, la tramontana.

-La tramontana es un viento del norte, que sopla más del 80% de los días del año. Los del norte de Gerona tienen fama de estar mal de la cabeza por eso... Yo creo que el viento nos afecta enormemente. Hay estudios psiquiátricos que confirman que el aire persistente, diario, tiene incidencia en un porcentaje de suicidios más elevado.

-Relata muy bien la relación entre policías y periodistas. ¿Cómo la describiría? ¿De simbiosis, de fagocitación, un quid pro quod?

-Aprendí mucho el día que, de ser un policía anónimo, pasaron a nombrarme portavoz. Descubrí un mundo: hasta ese momento, no había conocido a ningún otro profesional que tuviera también esa sensación de estar luchando contra todo: en el caso del periodista, editorial, bancos, préstamos... Sumado, además, a la incomprensión de acabar siendo los malos de la película. En el fondo, aunque parezca que se repelen, periodistas y policías tienen mucho en común. Cada día empiezas una batalla más allá de la noticia o del culpable. Tampoco tienes tiempo de saborear las cosas. El que para ser buen periodista hace falta ser buena persona, que decía Kapuscinski, yo lo tomaría también para decir quién es buen policía. Las mejores personas que he conocido están en ambas profesiones.

-Es policía nacional en Barcelona. ¿Cómo está viviendo todo el monotema?

-Soy tan de Barcelona como soy policía. Y tengo amigos en los dos lados, y se sufre. Estamos inmersos en una especie de tragicomedia en la que a veces han dado ganas de reír, pero con un mar de fondo y un desarrollo muy preocupantes. Se ha empezado a escuchar de nuevo una palabra, odio, que casi habíamos olvidado. Después de eso, cuesta mucho recuperar un pulso normal.

-El odio que, precisamente, vertebra esta trilogía.

-Los sociólogos señalan que es meritorio que, en apenas diez años, la sociedad vasca haya conseguido un clima como el actual. Mucho antes de eso, San Sebastián era probablemente la ciudad más bella que conozco y en la que más odio he visto. El año pasado, que volví como turista, pude ver que en efecto parece otra ciudad. No hay pintadas, nadie te mira escrutándote. Aunque, probablemente, en el fondo haga falta una generación para olvidarse y dedicarse a vivir.

-Echa de menos la otra Barcelona...

-La Barcelona abierta, mestiza, que era referencia para el mundo. Ésa es la ciudad que yo quiero, la que habla en catalán y castellano indistintamente, la que eligen estudiantes extranjeros, la que tiene ropa tendida en los balcones. Esa Barcelona se ha ido pero algunos esperamos que vuelva después de todo este viaje lisérgico.

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