Las caras de cansancio reflejadas en la medianoche se repetían en las carriolas y coches que entraban en el recinto a las afueras de Coria del Río. La tardía parada de las hermandades de Osuna y Marchena comenzaba entre sillas desplegándose y generosidad. La cena se preparaba en las improvisadas cocinas y el simpecado cerraba el cortejo pasadas las doce de la noche.
El caluroso día, quinto para ambas, había sido largo y tocaba reponer fuerzas antes de encarar el último tramo de camino hacia El Rocío. Afortunadamente, la mayoría iban bien equipados y algunas carriolas destacaban por su dimensión o detalles, prueba de la importancia que le dan sus propietarios a esta romería de la que emana fraternidad a cada paso que dan por la provincia sevillana.
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