ANÁLISIS

Segmentación laboral y políticas de empleo

  • Pese a los avances, el problema sigue ahí: en España hay 1,5 millones de desempleados sin perspectivas de dejar de serlo en al menos un año y 2,5 millones de trabajadores pobres

Segmentación laboral y políticas de empleo

Segmentación laboral y políticas de empleo

Cuando ya había dado comienzo la recuperación, allá por 2015, la comisaria de Empleo de la Unión Europea, Marianne Thyssen, analizaba de forma certera y directa la situación del mercado de trabajo español y realizaba tres afirmaciones gruesas. La primera, que la crisis había golpeado mucho más duramente al mercado de trabajo en España que a su economía. En concreto, apuntaba, con el doble de intensidad, al menos. La segunda que de los 6,8 millones de empleos que se habían destruido en Europa entre 2008 y 2014, es decir, entre los comienzos de la crisis y de la recuperación, la mitad había sido en España. En ese mismo periodo, algunos países, como Alemania o Reino Unido, habían conseguido una creación neta de puestos de trabajo. La tercera, que la fuerte segmentación laboral provocaba la aparición de insostenibles nichos de desempleo, destacando en aquel momento la extremada gravedad del paro juvenil.

Lo que, en definitiva, venía a decir la comisaria es que el mercado de trabajo es la parte más vulnerable de la economía española, que funciona bastante peor que en el resto de Europa y que era manifiestamente incapaz de ofrecer soluciones a los problemas laborales de los colectivos más vulnerables. Sólo habían transcurrido tres años desde la reforma laboral de 2012, pero la conclusión inevitable es que no iba por buen camino y que habría que pensar en hacer más cosas y también cosas diferentes. Ahora, otros tres años después, la epidermis del problema se ha modificado sustancialmente como consecuencia de la creación de 1,4 millones de empleos y la reducción del paro en 1,6 millones, pero los problemas de fondo siguen siendo básicamente los mismos. Hemos transitado en un tiempo relativamente corto desde el pesimismo a la complacencia y los problemas de segmentación han cambiado de barrio (por ejemplo, desde el juvenil a los de larga duración y de mayores de 45 años), pero ni han desaparecido ni impedido que otros se hayan hecho incluso más visibles, como los de precariedad en la estabilidad y en el salario o las desigualdades regionales.

Fedea acaba de publicar una investigación de Florentino Felgueroso sobre lo que denomina "población especialmente vulnerable ante el empleo". Está integrada por aquellas personas que, estando inactivos por desánimo o impedidos o con ingresos insuficientes para cubrir las necesidades familiares básicas o simplemente en paro, es poco probable que consigan mejorar su situación en los próximos doce meses. Está referido al cuarto trimestre del pasado año y se estima que al final del mismo existían 1,5 millones de personas sin empleo (parados e inactivos desanimados, impedidos o afectados por situaciones de dependencia) que probablemente seguirán igual a finales de este año y 2,5 millones de trabajadores en situación de pobreza laboral. En total, en torno a cuatro millones de personas vulnerables frente al empleo.

Un dato demoledor y al mismo tiempo revelador de una realidad mucho más compleja de la que refleja el de población desempleada de la Encuesta de Población Activa (3,8 millones de parados). La parte positiva es que, con respecto a 2016, la primera vez que se hacía el estudio, la población vulnerable se ha reducido en más de 140.000, aunque limitada a los que probablemente conseguirán un empleo durante 2018, porque la previsión de trabajadores en situación de pobreza laboral es que aumente en torno a los 100.000.

¿Quiénes son esos cuatro millones de personas vulnerables al empleo? Eventuales y mujeres, con edad comprendida entre 25 y 34 años y con nivel de estudios inferior a la ESO. Desde un punto de vista regional, el peor dato es el de Extremadura, seguido de Andalucía, donde reside el 28,3% del total de España y afecta al 20,5% de la población comprendida entre 16 y 64 años. No son cifras que alteren sustancialmente la imagen habitual del desempleo, aunque con el significativo añadido de unas condiciones de trabajo y vida especialmente duras para la población con mayores dificultades para acceder y mantenerse en el mercado de trabajo.

La comisaria Thyssen daba en el clavo en su análisis de hace tres años y en sus conclusiones. Para dignificar el empleo y frenar el avance de la precariedad entre los más vulnerables hay que revisar la reforma laboral y las políticas de empleo, con especial hincapié en los problemas de segmentación. Los espacios estancos, es decir, con obstáculos para el tránsito entre unos y otros, es una muy contraproducente fuente de rigidez, mientras que las políticas de empleo mal diseñadas pueden contribuir a acentuar la segmentación en lugar de reducirla. Pensemos en los incentivos a la contratación de jóvenes o discapacitados, que sin duda han permitido mejorar la situación de ambos colectivos, pero que probablemente también han afectado negativamente a las oportunidades de empleo para mayores y parados de larga duración. Las iniciativas pueden ser múltiples y hasta fáciles de imaginar. Por ejemplo, ampliar la cobertura del desempleo, siempre que se vinculen a programas activos de formación que aumenten la empleabilidad. O la revisión del marco de la negociación colectiva con el fin de impedir el hundimiento de los salarios y facilitar su alineamiento con la productividad. También sería deseable, de paso, que la comisaria de Empleo trasladase sus reflexiones a su colega de Asuntos Económicos, cuyas exigencias a España en materia de consolidación fiscal son muy coherentes con las prioridades comunitarias, aunque a veces den la impresión de ignorar que la parte más vulnerable de la economía española sigue siendo el mercado de trabajo.

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