el poliedro

José Ignacio Rufino

China-USA: su guerra es digital

En Asia y otras zonas del mundo, las marcas y sistemas digitales de referencia son chinos, y no estadounidenses Se acabó la cabeza pensante versus el brazo ejecutor: China está a la altura

Entre los años 50 y 60 del XX, tres líneas de investigación y desarrollo competían por erigirse en el paradigma mundial de televisión analógica en color. Mataron al blanco y negro. Tras una dura competencia, NTSC, PAL y Secam se repartieron el mapamundi: cada país eligió uno de los sistemas atendiendo a diversas razones tecnológicas, económicas, infraestructurales o de cabildeo político. Los tres acabaron fundidos por los sistemas digitales. El darwinismo cuenta en lo empresarial, y también en la de los productos o tecnologías de referencia y hasta soberanos en el mercado. Tal guerra por la supremacía tiene también mucho de política, o sea, de nacional. Ahora de hecho se libra una guerra EEUU vs. China.

Estados Unidos es aún el gigante digital: Apple, Google, Microsoft, Amazon y Facebook son, sencillamente, las cinco mayores empresas del mundo. Han impuesto en el mundo las formas de operar de cualquier actividad de intercambio, marketing, comunicación, software y hardware en un mundo completamente dependiente de internet y lo digital. No sólo eso: los Nuevos Titanes del XXI acaparan de forma acelerada sectores de actividad adyacentes, y también a otros que les cogían lejos, amenazando con acaparar cualquier resquicio del mercado en cualquier actividad, industria incluida, o imponer su fuerza a los agentes visibles para el consumidor (paciente, votante): su poder podría convertir a los estados en títeres en sus manos. El título de la distopía podría ser: "Te vendí la utopía, toma oligopolio". ¿Economía-ficción?

China no cuenta -o no contaba- con el mismo desarrollo. Pero tiene dos grandísimas bazas. La primera, productiva y comercial: un mercado interior colosal y una también extraordinaria capacidad de fabricar y ensamblar a precios incontestables para la exportación. La segunda, política: el comucapitalismo, un sistema político-económico que parte de un control férreo de la estabilidad, sin cortapisas de libre mercado ni derechos democráticos ni gaitas occidentales (nótese la ironía, por favor). Es el Estado, y no la competencia ni el voto quien establece y aplica con mano de hierro las medidas de fomento económico, la legislación laboral, la ingente inversión pública minimizada en occidente, la seguridad operativa y comercial doméstica, los impuestos, las tensiones centrífugas: todo. Y no estará bonito, pero esos activos gubernamentales combinados con un incremento exponencial de su economía interior y exterior en dos décadas son una ventaja competitiva como la Gran Muralla de grande. Que amenaza con exportarse a otros países asiáticos, lejanos a Montesquieu y Rousseau o declaraciones de derechos occidentales.

Ya no es EEUU la que pone el cerebro para que los chinos manufacturen o, sobre todo, ensamblen. Alibaba y Tencent -aunque aquí sus nombres no nos suenen a chino, lo son- están a la altura de Facebook. El superordenador más rápido del mundo es chino. Sus sistemas de navegación vía satélite en desarrollo le hablarán de tú a Google en 2020; algo equivalente sucederá con la inteligencia artificial (AI: eiai, que a pesar de ser expresión en inglés suena a mandarín). El mayor mercado de pagos online es China. Además, es común la apropiación de patentes estadounidenses. El 5G bien pudiera acabar siendo liderado por China. Pensar en su desarrollo armamentístico pone la piel de gallina. Si la respuesta de la Casa Blanca habitada por Trump es sacar pecho, lanzar perdigones de iracunda saliva y una política económica proteccionista dirigida a la América profunda, cualquier guerra puede estar servida. La balcanización de los sistemas imperantes en cada esfera -china y estadounidense- puede ser una malísima noticia para el progreso de la Tierra.

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