desde la bulla

La ciudad de los 30.000 vasos de agua

  • Emasesa instala puntos de suministro de agua en los recorridos de las cofradías más largas, tanto para los nazarenos como para el público que se congrega para presenciar el cortejo. Fue un día de abanicos y cirios doblados y derretidos por la parte baja, la que está en contacto con el asfalto. La sensación térmica era mucho mayor por la ausencia de aire. A pie parado era difícil aguantar el sol.

El origen de la expresión sol de justicia deriva de los juicios divinos que se celebraban en la antigüedad. Un acusado era expuesto durante horas, incluso días, al sol, sin que se le suministrase agua ni alimento. Si sobrevivía, se consideraba que Dios había intercedido por él y, por tanto, era inocente y quedaba absuelto. La mayoría, obviamente, morían, lo que el pueblo entendía como una prueba manifiesta de la culpabilidad del reo. De aquella salvajada ha permanecido en la actualidad una construcción léxica que se ha convertido en un topicazo al que recurren cientos de informadores cada vez que tienen que hablar o escribir acerca del intenso calor que hace en un determinado sitio. Como Sevilla esta Semana Santa, por ejemplo.

Bajo un sol de justicia, abrasador, a cuyo castigo nadie podría sobrevivir durante varias horas, los nazarenos del Cerro avanzan por la avenida de Ramón y Cajal. Van casi solos. A cada nazareno le acompaña algún familiar o amigo, generalmente una mujer de mediana o avanzada edad, que socorre al penitente dándole aire con su abanico y le lleva una botella de agua para pasársela casi a cada minuto. Un trago, diez pasos, otro trago. El agua se recalienta y la mujer busca agua fresca. El resto del pueblo, el que contempla el paso de la cofradía sin llevar a nadie en sus filas, permanece en la hilera de sombra que facilitan los edificios de los números pares de la avenida, la acera de la gasolinera.

La cofradía avanza con celeridad. La cruz de guía se pierde a lo lejos, muy cerca ya de la Facultad de Económicas. Un nazareno que va descalzo intenta ir pisando las líneas blancas que delimitan los carriles en la calzada. Trata de evitar el asfalto, recalentado, que le abrasa los pies. La mayoría de los hermanos llevan los cirios derretidos por abajo, de apoyarlos en el alquitrán ardiente. El termómetro de la avenida de San Francisco Javier marca 27 grados. Pero no le ha dado el sol en toda la mañana. Bajo el sol de justicia, a pie parado, hace mucho más porque apenas sopla el viento. La sensación térmica es mucho mayor si uno va con un capirote recubierto por un antifaz de terciopelo. O si uno va tocando la corneta con un casco metálico y un uniforme de manga larga con galones. Y para colmo pertenece a una banda llamada del Sol.

El Cristo del Desamparo y Abandono gana metros pero con chicotás muy cortas. Hace demasiado calor para exprimir tan pronto a los costaleros. Ni siquiera acaba la marcha cuando el paso ya está arriado otra vez. Un descanso, un trago. El aguaor se multiplica. Y hay que seguir, valientes. El Crucificado se pierde a lo lejos, con Longinos mirándole arrepentido y un par de soldados romanos y un sayón descubriendo que aquél era verdaderamente el Hijo de Dios.

Por mitad de los tramos de nazarenos pasan dos chicas vestidas con uniforme azul. Son azafatas de Emasesa. La empresa ha instalado un punto de suministro de agua en el número 42 de Ramón y Cajal. Habría otros a lo largo del recorrido del Cerro, como los de Económicas y los juzgados del Prado para la ida y el de Capitanía para la vuelta. Es una idea tan sencilla y básica que sorprende cómo no se le había ocurrido antes a nadie. Simplemente se trata de abrir una toma de la red e ir rellenando jarras de agua. Las azafatas van repartiendo vasos entre las filas de nazarenos, mientras dos operarios no paran de rellenar jarras. A la mesa de Emasesa se acercan decenas de personas por minuto. Algunos piden que le rellenen sus botellas. Otros se lamentan de haberse gastado dos euros antes en dos botellas de 33 centilitros. Las azafatas vuelven, reponen y se marchan de nuevo a asistir a los nazarenos. "Ya ve usted cómo está siendo el día. No paramos", dice una de las jóvenes, riéndose porque unos minutos antes la acaba de entrevistar un reportero de la Sexta.

El Ayuntamiento de Sevilla calcula que en los primeros días de la Semana Santa se han repartido más de 30.000 vasos de agua. Obviamente no hay estimación sobre cuántas lipotimias y golpes de calor se han evitado, pero deben ser muchas. A lo lejos, cruzando la avenida de Ciudad Jardín, se ve el palio de la Virgen de los Dolores. Viene a buen ritmo, más rápido que el paso del Cristo. Tiene una estampa de palio antiguo, decimonónico, que le da un aire elegante y distinguido que va afianzando año tras año. Y esa no va sola, como los nazarenos. El pueblo la arropa. Una marea de mujeres la acompaña. Y da igual el calor, como dio igual en otros años la lluvia. Lleva hasta cangrejeros, nunca mejor utilizado el término, a juzgar por la tonalidad que estaba adquiriendo la cara de más de uno. Frentes y narices rojas, algunas con las sombras blancas de las gafas de sol. Del sol de justicia que no perdona a nadie. El termómetro marca ya 32 grados. Y también está a la sombra. Cinco grados de diferencia desde la cruz de guía hasta el palio.

Pasa el Cerro y unas chicas de la banda de música tratan de llegar a su destino, otra cofradía. Van en camiseta, con las chaquetas del uniforme recogidas en los brazos. La ropa de los músicos no se hizo para Semanas Santas como las de 2017. Mientras, el Ayuntamiento insiste machaconamente en el riesgo de las altas temperaturas y en la necesidad de estar hidratados continuamente, de llevar ropa ligera y de buscar lugares a la sombra. No está de más recordarlo una vez más.

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