Para muchos la imagen que perdura en el recuerdo cuando se menciona el Martínez Valero es la demasiado precipitada vuelta de honor dada en aquella nefasta liguilla de ascenso que el Deportivo B dinamitó siete días después. Había 15.000 cordobesistas aquella tarde que festejaron con ilusorias e inusitadas energías.

Para otros, para los más jóvenes, lo que les quedará en la retina será la imagen de la esperanza en una remontada posible después de un gol de Sérvulo. Se pidieron aquel día de junio de 2005 (fue la última visita del Córdoba a Elche hasta la fecha) aviones o barcos para llegar hasta Tenerife, en previsión de que el equipo de Juan Carlos Rodríguez tramitara con solvencia su compromiso siete días después. Pero el Valladolid llevó las lágrimas a El Arenal.

Dos enseñanzas del pasado reciente que deben llevar a la reflexión. Porque pensar en las siete temporadas consecutivas en las que Elche y Córdoba convirtieron sus duelos en un clásico de la Primera División sólo conduce al doloroso sendero de la melancolía.