Boxeo

Tony Ortiz, el orgullo mellariense

  • El púgil, campeón de Europa en 1973, será hoy nombrado Hijo Predilecto

El ex boxeador Tony Ortiz será nombrado esta tarde Hijo Predilecto de Fuente Obejuna, una distinción con la que su pueblo quiere reconocer a su deportista más ilustre y que hasta ahora sólo ha sido concedida al ex director de CajaSur, Miguel Castillejo, y al pintor José Manuel Gómez. El acto, que se celebrará en el Teatro Municipal, se completará con el descubrimiento de una placa con la que se dará su nombre a un complejo deportivo y una velada de boxeo en la que participarán púgiles de la Escuela de Rafael Lozano.

Será el homenaje a uno de esos hijos desconocidos de la emigración, uno de tantos cordobeses que tuvieron que hacer las maletas para buscarse la vida. La familia Ortiz se trasladó a Madrid cuando el pequeño Toni (15 de noviembre de 1944) sólo tenía nueve años, y aunque desde entonces son contadas las veces que el púgil ha vuelto a Fuente Obejuna, los recuerdos de la infancia y la memoria de la familia siguen recordándole día a día quién es y de dónde viene, algo que esta tarde, a sus 63 años, quedará demostrado con un acto que hace justicia a toda una vida.

Y es que, como el propio Tony dice, "mi vida ha sido como una película de Agatha Christie, un misterio", con la sensación de jugar siempre fuera de casa, de tenerlo todo en contra. Emigrante en Suiza, buscador de fortuna… Su vida fue como la de tantas familias en una España que trataba de lamerse las heridas tras la Guerra Civil. "Además, mi padre era un hombre de izquierdas, pero el Caudillo ganó la guerra…", recuerda Ortiz de unos años difíciles y en los que el régimen de Franco utilizó el boxeo como escaparate en el exterior.

Eran los días de Pepe Legrá, Pedro Carrasco, Urtain o Dum Dum Pacheco, gladiadores con los que se distraían los niños ricos, pan y circo para un país hambriento de héroes. Ahí encontró su sitio Martillo Ortiz, aunque como tantos otros, recibió más puñetazos fuera del ring. "Cuando eres joven no te enteras del 80 por ciento de las cosas que pasan a tu alrededor", cuenta aún hoy en día, "porque entonces sólo tenía puños, no cabeza".

"Era de físico pobre, pero de espíritu fuerte", rememora Tony, de quien entonces un joven Alfredo Relaño escribió en El País que era "un boxeador cuya única ciencia es cambiar golpes: golpear y parar los golpes del rival con la cara". Así, con esa mentalidad -"siempre era forastero; para ganar tenía que matar al rival"-, fue haciéndose un nombre en una carrera que arrancó en 1964, con apenas 20 años y un buen puñado de derrotas hasta que dos años después se proclamó campeón de España del peso ligero.

Su suerte parecía haber cambiado y su estilo agresivo era del gusto del público y de los promotores. Así fue hasta que el 13 de junio de 1973 se proclamó campeón de Europa del peso superligero al batir al turco Kemal Kamaci en lo que las crónicas llamaron La Batalla de Estambul. El poeta Manuel Alcántara, entonces redactor de Marca, describió con maestría un combate en el que, después de 15 dramáticos asaltos, los tres jueces dieron a Ortiz por vencedor ante el silencio de los 25.000 turcos que llenaban el estadio. Fue su gran día de gloria.

Tras dos defensas, el cordobés viajó a Turín como aspirante al Mundial ante el italiano Bruno Arcari, pero la encerrona fue tal que aún hoy recuerda aquel día con rabia. Ese mismo año reconquistó el Europeo (versión EBU), pero lo perdió meses después ante Perico Fernández, otro de los ídolos de la época. "Yo no he sido boxeador, sino figura", recuerda Tony, al que los golpes de la vida empezaron a hacer pensar en la retirada.

"Tiene un trabajo que le dará para vivir y no se repetirán sus escalofriantes peleas, en las que el púgil de Fuente Obejuna hacía derroches de valor y exponía su salud mental", decía Relaño en El País anunciando el adiós de Ortiz en 1977 tras una encarnizada pelea con Dum Dum Pacheco, una carnicería -se la llegó a tildar de "lamentable imprudencia"- organizada por el ya conocido empresario Martín Berrocal.

Ortiz cerró su carrera profesional con un total de 87 combates, con 55 victorias, 22 derrotas y diez nulos. En 1980 recibió la Medalla de Plata al Mérito Deportivo.

"La vida es una broma", apunta con la experiencia que le faltó entonces, unos tiempos en los que su descaro le creaba muchos problemas, "porque la verdad no hace amigos". Quizás todo se dé por bueno hoy, cuando su pueblo le reconozca como uno de los suyos, porque como él dice, "aunque pase el tiempo, me queda la raíz".

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