de libros

El silencio, la pureza

  • José Mateos reúne en un escueto pero enjundioso volumen una colección de divagaciones y aforismos sobre el asombro de estar vivos

El escritor, editor y pintor José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963).

El escritor, editor y pintor José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963). / juan carlos toro

Cuando uno topa con un libro como Un mundo en miniatura tiene la tentación de adecuar su reseña al tono y al tamaño del mismo, con lo que muy probablemente consiga el efecto contrario al buscado: no llamar la atención sobre él, pasar de puntillas a su vera sin que el hipotético lector de estas páginas repare en su existencia. Y aunque sepa que ante los grandes mastodontes de la literatura, y la maquinaria publicitaria que los sustenta, una página volandera poco puede hacer, no pierde la esperanza de que si cinco o diez lectores conocen este libro por esta reseña, en cierto modo habremos cumplido nuestra misión. En tiempos en que los libros parecen medirse al peso, pocos ponen su gran foco en uno que no llega al centenar de páginas. El autor, en uno de los aforismos aquí recogidos, habla de la "grasa de la vida", de la que huye, o intenta reducir al mínimo. La grasa de la vida: esos actos prescindibles, esas presentaciones, discursos, celebraciones. También muchos libros tienen su grasa. ¿Cuántos están engordados, cebados? ¿Cuántos son mera grasa? Este libro no: es puro músculo, nervio, hueso, va al meollo de la vida, sin rellenos, sin paja, sin adherencias.

Un mundo en miniatura es el cuarto libro de Mateos en el raro, difícil género del aforismo. Aunque tampoco es un libro sólo de aforismos. Mezcla textos de una o dos páginas con otros de uno o dos párrafos y con una parte, numéricamente mayor, de aforismos. Los textos más largos son reflexiones centradas fundamentalmente en el dolor y en el desentrañamiento último de la vida. El dolor que es analizado, vivido, vuelto del revés desde la cama de un hospital donde el autor, que nunca revela el mal que padece, llega a conclusiones iluminadoras. El desentrañamiento último, las preguntas que buscan respuestas sobre la vida, se centra mayormente en pensamientos de grandes filósofos que aquí son repensados para llegar a otras conclusiones. También lo hace mirando algunos cuadros señeros de la historia de la pintura. Son textos de una descarnada verdad, que van al meollo del asunto, pero que no dejan al lector desnudo frente a su verdad. Dan un raro, cálido cobijo.

La lectura del libro deja en el lector una rara y honda sensación de luminosidad y sosiego

A diferencia de otros grandes aforistas de la literatura, de los Cioran, Joubert, Chamfort, también Pascal, Mateos tiene el don de no dejar a su lector desamparado ante la verdad de la vida a la que llega con sus reflexiones, sino que lo cobija, lo acompaña en su soledad. Parece decirle al lector: toma, ahí tienes mi verdad desnuda, pero no te dejo a solas con ella, te acompaño, estoy contigo en este viaje. De ahí la sensación de luminosidad y sosiego que su prosa deja en el lector. Lee uno: "Colocados en las hornacinas del templo, hay una manera falsa de vivir el misterio: convertirlo en creencia", pinza el libro (este es un libro para ir pinzándolo constantemente, a cada paso hay que parar, levantar la cabeza y rumiar lo leído) y no se queda más solo en su soledad, pensando que sí, que lo que dice el autor es así y admirándolo en su pedestal, sino que vuelve al libro y lo abre por donde figura la foto del autor y se siente acompañado, iluminado por su mirada reveladora, fraternal, compasiva, hospitalaria.

Para definir esta época le bastan cuatro pinceladas, dadas como al desgaire, sin engolar la voz. Paseando por su ciudad, ve una vieja fábrica en ruinas, "sin esa nobleza melancólica de las ruinas antiguas". Y añade: "Como si lo moderno no supiera envejecer. Como si sólo supiera estropearse". Sobre la inmediatez a la que nos ha acostumbrado la tecnología señala: "Ya no se camina, se llega". Otro rasgo de nuestro tiempo: "La bazofia cultural convierte a sus víctimas en jueces". Y este otro, que cualquier ciudadano consciente debería tener en cuenta antes de introducir su papeleta en un urna: "Sólo hay algo peor que el hombre que no cesa de decir yo: los hombres que gritan nosotros".

Hay aforismos sobre lo que se puede decir o no con palabras, sobre la importancia del silencio, sobre ese hueco mínimo que queda entre las palabras y el silencio y en el que Mateos se mueve como nadie. "Hay palabras que, más que decir, dejan oír. Ésas son las que busco". O: "Cuando callas y te oyes a ti mismo, todavía no callas". O sobre la poesía y la ciencia: "Todas las pesquisas de la ciencia terminan, al cabo, donde comienza la poesía: en una metáfora". O sobre cómo la verdadera creación, como ya vieran Manuel Machado y Borges, no tiene autor, sino que "tiende a lo anónimo", siendo la destrucción la que siempre "deja su firma". Mateos es un extraordinario poeta y eso se nota en sus mejores aforismos, aquellos que uno debe leer y releer y, aun así, como el agua, parecen escaparse del lector cuando cree que los ha entendido. He aquí algunos: "Sólo lo que nos enseña con discreción que se está muriendo, abre la belleza". "Todo arte es religioso y, en sus momentos más altos, deja de ser arte". "Cuando no trato de iluminar la oscuridad, la oscuridad me ilumina". "Dejar de ser es ser para alguien. Después de vivir no se puede no vivir... de alguna manera". O este último: "Todo es real hasta que lo deseamos".

Se podría seguir hablando de este libro, porque en su reducido volumen guarda un venero inagotable. José Mateos sabe hacer hablar al silencio, logra captar esos raros momentos en los que una simple y bella creación de la naturaleza nos revela el misterio de la vida, sin desvelarlo. Sin cháchara, sin aditivos, sin ruido, en esencia, en toda su pureza.

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