Cultura

Más o menos peligrosas

  • La nueva entrega del editor y ensayista alemán Stefan Bollmann, 'Mujeres y libros', vuelve a tratar de la lectura y de la escritura como herramientas de la emancipación femenina.

MUJERES Y LIBROS. Stefan Bollmann. Trad. María José Díez. Prólogo Lola Larumbe. Seix Barral. Barcelona, 2015. 448 páginas. 21 euros.

Las estadísticas dicen que desde hace tiempo las mujeres son mayoría entre los lectores, como lo son las alumnas entre quienes se apuntan a los talleres literarios o cursan estudios de Filología y otras carreras de Letras. La proporción es abrumadora en las agencias literarias, casi todas fundadas y dirigidas por mujeres que trabajaron antes como editoras, y relevante en este último gremio o también, aunque en bastante menor medida, entre quienes se dedican al esforzado oficio de la crítica. Dejando ahora aparte la cuestión no menor del reconocimiento, de actualidad estos días en el caso de la poesía española contemporánea, la de la escritura ha dejado de ser una profesión, si cabe llamarla de ese modo, sólo excepcionalmente ejercida por mujeres y el debate, como demuestra la polémica aludida, se centra en si las autoras compiten en pie de igualdad con sus colegas del sexo opuesto o siguen pesando los prejuicios de género a la hora de valorar su aportación en certámenes, recuentos o manuales.

Se trata de un debate abierto que no niega la certeza de que pocos ámbitos han sido tan decisivos para la emancipación femenina como el de la lectura, expresamente desaconsejada durante siglos -"Las mujeres no deben seguir su propio juicio, dado que tienen tan poco", escribía Juan Luis Vives- por la parte de la humanidad que temía que el estímulo del conocimiento o de la fabulación se tradujera en una renuncia al sometimiento. De ello, de "una pasión con consecuencias" como se dice en el subtítulo, trata este libro del editor y ensayista alemán Stefan Bollmann, autor de dos obras relacionadas con la misma materia que se convirtieron en best sellers internacionales y fueron publicadas en España por Maeva, con sendas introducciones de Esther Tusquets: Las mujeres que leen son peligrosas y Las mujeres que escriben también son peligrosas. De presentar la nueva entrega, Mujeres y libros, se ha ocupado la veterana librera Lola Larumbe, que aduce su propia experiencia y la de su madre o sus tías abuelas -modernas de anteguerra, "chicas raras" (Martín Gaite) de todo tiempo- para defender la lectura como "arma de afirmación y de construcción de la propia identidad".

En Mujeres y libros, caracterizado como los anteriores por la amenidad y la intención divulgativa, Bollmann sigue dirigiéndose a un público mayoritario que encontrará en estas páginas historias, anécdotas y reflexiones que se remontan al siglo XVIII, cuando "empieza la fiebre de la lectura" y por primera vez las mujeres, aunque todavía pocas y pertenecientes a la aristocracia o aledaños, se reclaman y reconocen como parte de la sociedad literaria. Su relato se detiene en una serie de hitos fechados y localizados que hablan de escritoras pioneras como Mary Wollstonecraft, Jane Austen, Mary Shelley, Virginia Woolf o Susan Sontag, pero también de libreras y editoras como Sylvia Beach o de personajes como la Pamela de Richardson o la madame Bovary de Flaubert. Y en todo caso Bollmann no pretende tanto evaluar las respectivas contribuciones de aquellas como describir el contexto en el que escribieron y eran leídas, así como el poder liberador de un hábito íntimo por definición. Más allá de la discutida verosimilitud de la escena, el mensaje de la famosa foto de Eve Arnold que muestra a Marilyn leyendo el Ulises -el memorable monólogo de Molly Bloom- puede resumirse en la frase sólo aparentemente banal de Jeanette Winterson que abre Mujeres y libros: "Leer es sexy".

Ligero, entretenido, bienintencionado, el ensayo cumple con su propósito sin mayores honduras, pero hacia la parte final pierde un poco el norte y se hace más periodístico que otra cosa. En ella se aborda la llamada fanficción -definida como "una literatura cuyos autores son lectores de las obras originales"- y toda esa corriente subterránea, "dominada por mujeres jóvenes", que discurre al margen de los circuitos mainstream pero siguen millones de aficionados unidos por la devoción hacia personajes de obras ajenas que han acabado por adquirir vida propia. Bollmann entiende que esta apropiación -para la que podrían invocarse muchos precedentes anteriores a las comunidades de internet- es una "prueba de que seguimos ensanchando las fronteras de la libertad de lectura", un discurso ya escuchado en los sesenta cuando se hablaba de la muerte o disolución de la autoría. Ahora bien, la fanfiction puede ser interesante como fenómeno sociológico o socioliterario, pero no parece que tenga demasiado sentido dedicarle espacio en un libro cuyo tema son las mujeres y los libros. Del último capítulo, en fin, consagrado a la autora de Cincuenta sombras de Grey -que nació como secuela no autorizada de la exitosa serie de Crepúsculo- más vale no decir nada. Si acaso, pueden recordarse las palabras de Esther Tusquets a propósito de otro de los libros de Bollmann: "No hay duda de que las mujeres que leen son más o menos peligrosas para los hombres, más o menos peligrosas para sí mismas, según el tipo de literatura que consumen".

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