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Todos los palos

Joaquín Sabina, en una imagen reciente.

Joaquín Sabina, en una imagen reciente. / Efe

Como bien advierte Benjamín Prado en el prólogo del libro, publicar en la prestigiosa colección Visor de Poesía supone igualarse, al menos en suerte editorial, a un puñado de insignes y admirados poetas, a lo mejor y más granado de la poesía española y extranjera. Por eso ver las canciones de Joaquín Sabina incluidas en esta colección supone por sí mismo una declaración de principios, tanto por parte del autor, que se reconoce como poeta, como de la editorial, que equipara estas canciones a la mejor literatura, sin miedo alguno a que a alguien le parezca exagerado considerar estos textos algo más que simples letras desprovistas de acompañamiento musical. No creemos que con la publicación de este libro se vaya a desatar la misma polémica que con la concesión del Nobel a Bob Dylan, aunque puede que a los puristas les parezca exagerado dar carta de naturaleza poética a estos textos que casi todos hemos tarareado alguna vez.

Conviene acercarse a este libro sin prejuicios, intentando eliminar de la cabeza el recuerdo de la música que acompaña la lectura de muchos de estos textos, al menos de los más conocidos. Conviene y también merece la pena, porque por poco que nos apliquemos a este sencillo ejercicio nos daremos cuenta de que estamos ante un poeta, el poeta Joaquín Sabina, sin peros ni medias tintas, un autor con voz propia capaz de hablarnos con el corazón -roto, arrastrado, reivindicativo, alegre o desolado, nunca moderado- de tú a tú. En Palo seco nos enfrentamos al autor en toda su dimensión, sin adornos ni distracciones, con el único ritmo que imprime el verso meditado y el marcado compás de su trepidante capacidad para rimar y rimar bien. Sin música descubrimos al autor sereno, que sabe mirar a su alrededor, capaz de descubrir sus emociones para que el lector acierte a ponerle nombre a las suyas.

La selección que realiza el poeta Benjamín Prado, que es además coautor de un buen puñado de los textos incluidos en el libro, intenta dar carta de naturaleza, y lo consigue, a una obra poética coherente, que guarda ese envidiable tono medio tan difícil de encontrar en una colección de poemas. Están entre las composiciones seleccionadas algunas de sus letras más conocidas, esas que Prado define como verdaderos himnos para varias generaciones de españoles -como la famosa Pongamos que hablo de Madrid- y otras menos conocidas, al menos por el gran público, que son las que marcan y refuerzan esa línea personal que Sabina ha sabido desarrollar en todas sus canciones.

Es éste también el libro de un amante de la literatura, ese que, como nos cuenta Prado, no tiene en las estanterías de su casa discos y libros de música, sino primeras ediciones de la mejor literatura del siglo XX. Tal vez por eso, en muchas de estas composiciones nos asaltan ecos conocidos que quizás no podemos identificar con la voz de ningún poeta en concreto, pero que nos suenan a buena literatura, a obra trabajada, a escritura templada y también a destreza, a virtuosismo y a desparpajo. Leídas como poemas, estas canciones delatan naturalidad y son retratos de una época, o mejor dicho, de varias épocas, porque la carrera del cantautor ha sido larga y prolífica.

Palo seco recorre un amplio espectro vital y profesional que va desde sus primeros éxitos, como aquella Calle melancolía, al último: Lo niego todo. Tienen sus primeras composiciones, de finales de los 70 y los 80, un innegable aire de época que las ha convertido en referentes de un tiempo en el que los españoles acariciaban la utopía de un país libre en el que la cultura importaba. Tal vez por eso muchas de ellas se han convertido en parte fundamental de nuestra educación sentimental. Porque quién no ha soñado "con trenes que iban hacia el norte", quién no ha querido ser "pirata cojo con pata de palo", a quién no le han "robado el mes de abril". Y tienen todas las composiciones incluidas en el libro vocación de perdurar, de ser espejo de lo esencial de cada tiempo.

Sabina es poeta de la experiencia sin etiquetas, le toma el pulso a la realidad, cuenta lo que no cuentan los telediarios, lo que de verdad importa, lo que nos mueve y nos conmueve, lo que nos pasa a diario y trasciende a lo cotidiano. Tal vez por eso, este es un libro de poemas tan diferente y tan necesario: nos permite pararnos a escuchar desde dentro, sin estruendos, con los artificios justos y el corazón en la mano, una voz que nos ha dicho tanto, que tanto tiene que decirnos.

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