Cultura

El legado del preso

  • Pre-Textos recupera el conmovedor libro que escribió el dramaturgo Rivas Cherif poco antes de exiliarse en México

Cómo hacer teatro: apuntes de orientación profesional en las artes y oficios del teatro español. Cipriano de Rivas Cherif. Pre-Textos, Valencia, 2013, 377 páginas. 22 euros.

Más de diez años después de la primera, que coincidió con el centenario de su nacimiento, llega la segunda edición de este singular y conmovedor libro, el que escribiera Cipriano de Rivas Cherif en el Penal del Dueso de Santoña, donde, una vez esquivado el fusilamiento, cumplía la larga condena que sustituyó a la pena capital. Este contexto excepcional no hace sino ofrecer una muestra inequívoca de la anomalía intelectual y humana que suponía el madrileño en aquellos oscuros años: incomunicado durante once meses en una celda de castigo y sin ningún apoyo documental al alcance, estos Apuntes son sólo una de las obras que Rivas Cherif compuso durante este encierro duplicado -en concreto entre el 8 de junio y el 27 de julio de 1945-, una continuación por otros medios de la docencia práctica y teórica que venía desarrollando en el propio penal desde su llegada. Allí se había dedicado a formar a otros presos políticos como él, con los que, fiel a su inconmovible ideario artístico (una estética filtrada por las vanguardias y que reposaba en la concepción del teatro como acción social), montaba obras que sacudieran la mente y el espíritu, que participaran del bien y por tanto que lo transmitieran a los espectadores (esa donación preciosa debieron sentir los presos que estuvieron en y frente a las tablas donde, por ejemplo, se representó Los baños de Argel de Cervantes).

Por entonces, sólo un par de años antes de poner rumbo al exilio mexicano (allí moriría en 1967), Rivas Cherif era un profesional de intensa trayectoria, a la postre el principal renovador de la escena teatral española tras los ensayos de Gregorio Martínez Sierra y Adrián Gual, lo más cerca que estuvimos, en definitiva, de un Max Reinhardt, un Stanislavski, un Gordon Craig o un André Antoine. Su labor frente a teatros de vanguardia, escuelas de teatro o compañías profesionales (especialmente la de Margarita Xirgu, de la que este volumen encierra un sublime anecdotario), sus viajes a Bolonia, París o Moscú en busca de esos admirados modelos que relacionaban inquietudes artísticas y sociopolíticas, su familiaridad con la historia del teatro y con los autores españoles más importantes del momento -Vallé-Inclán, cuya estrecha amistad tanto contó en su iniciación dramatúrgica, Unamuno, Alberti, Casona, Lorca...- lo singularizaban dentro de nuestras fronteras, pero sólo explican en parte la excelencia de estas páginas, la altura literaria e intelectual de las mismas, la profundidad de las ideas que se desgajan de ellas. El resto recae en otro tipo de elevación, ésta moral, que, rara en los hombres de genio, otorga un brillo especial -a la vez que la justifica- a esa pasión por un arte concebido en tanto que potencialmente transformador de la sociedad, alejado entonces de finalidades espurias y de la tradicional mentalidad empresarial que todo lo aboca, cueste lo que cueste, al balance positivo en las transacciones económicas. Y quien así piensa, sabe que sólo cuenta con un arma a su favor, la educación; una paulatina, lenta y esforzada labor docente desde la que trabajar un significativo cambio de paradigma: el olvido del teatro para el público, el sacrificio por formar un público para el teatro.

Sólo desde la dedicación pura y a contracorriente se explica un libro como éste, tamaño ejercicio de abstracción, a la vez cálido y humorístico, que tuvo a Rivas Cherif, durante el encierro a cal y canto y a rancho seco, escribiendo sobre la zarzuela, los corrales del Siglo de Oro, el Teatro Romano de Mérida, la entonación y la memoria de los actores, sobre el arte poético de Lope, Craig, Schiller..., sobre el fondo neutro, la perspectiva italiana, la maquinaria o la indumentaria y guardarropía. En la hora del abatimiento y la afrenta, en la incertidumbre absoluta y lejos de la familia, Rivas Cherif escribe para el futuro desde el presente herido, como si hubiera asimilado que el odio era un gasto de energía que no se podía permitir. Son especialmente impresionantes en este sentido sus breves apuntes sobre las consecuencias de la Guerra Civil -la constatación de la inútil barbarie que se había llevado a Lorca o Muñoz Seca- y su condición de preso político, como cuando califica a Juan Sánchez Ralo, el director del penal que permitiera e incluso apostara por su Teatro-Escuela en el Dueso, de "hermano enemigo". Desde 1940 andaba Rivas Cherif preso por distintas cárceles, y fue en ellas, desde la privación, donde se reencontró con la idea de lo original y primigenio del arte teatral, de todo lo que puede empezar simplemente colgando una manta vieja al fondo de una precaria estructura y otra delante, a modo de telón, que descorrida enfrentara a la audiencia a ese espejo que siempre sujetan sus semejantes. "Así he vuelto a ver nacer el teatro, de la ruina de mi tiempo".

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