de libros

La distopía de Márkaris

  • El octogenario escritor griego presenta una novela negra completamente distinta a las anteriores, alejada de la realidad social de un país en quiebra.

Petros Márkaris (Estambul, 1937) cumplió 80 años el pasado 1 de enero. Con esa edad, ningún escritor tiene ya que demostrar nada. Y menos él, que ocupa un lugar privilegiado en el Olimpo de la novela negra europea. Él, con la inestimable aportación de otro venerable anciano siciliano llamado Andrea Camilleri, se ha bastado para mantener a raya a tantos bestsellers nórdicos que no aportaban nada y que llegaron a las librerías aprovechando el tirón de la saga Millenium (De esta crítica a los escandinavos escluyan por favor a Henning Mankell y Jo Nesbo). Las novelas de Márkaris siempre han sido ligeras de páginas, han estado cargadas de humor negro, sarcasmo e ironía, y repletas de referencias sociales. Es la antítesis de la literatura criminal nórdica, con esos tochos infumables en los que sus autores parecían competir por a ver quién era capaz de describir el crimen más retorcido, de crear al asesino más trastornado y de inventar la trama más rebuscada.

Ellos son así, diría Márkaris. Allí no sale el sol, hace frío, los escritores se pasan el invierno metidos en casa, maquinando. No hablan con nadie, no se relacionan. Hay que entenderles. Pero su escritura difícilmente encaja con la concepción nórdica de la novela. Márkaris entiende la novela negra más como un ejercicio social, casi periodístico, de descripción de la realidad de su país. Ahí es donde ha brillado especialmente con su tetralogía de la crisis griega, compuesta por las novelas Con el agua al cuello, Liquidación final, Pan, educación, libertad y Hasta aquí hemos llegado. Todas ellas, como el resto de su obra, están publicadas en español por Tusquets.

Se echa en falta la carga social de sus anteriores libros, pero se agradece el reseteo

Márkaris utiliza a un personaje que ya le había dado cierto éxito en un puñado de novelas anteriores, el comisario Jaritos, como vehículo principal de su denuncia social. Jaritos es un comisario de la Policía griega que procede de la época de la dictadura, es un hombre familiar que no para de discutir con su mujer -no hay discusión que no se arregle con unos tomates rellenos- y que adora a su hija, una abogada idealista que lucha por los derechos de los extranjeros y los refugiados en una época difícil.

En la tetralogía de la crisis, Jaritos había visto cómo cerraban los negocios, cómo se recortaban los sueldos, cómo se dejaban los coches aparcados porque no había dinero para gasolina, cómo se sucedían los desahucios, cómo aumentaba la población inmigrante, cómo iba ascendiendo la extrema derecha, incluso entre sus propios compañeros, cómo se iban llenando las calles de Atenas de manifestaciones de desempleados o descontentos y cómo se iban suicidando los que no tenían ya ni para comer. Es decir, había descrito, cada vez con más amargura, los efectos de la brutal recesión griega y las consecuencias de los recortes a los que la UE sometió al país. Ese, el de ser un cronista casi imparcial, era el valor del escritor, más que las tramas de sus crímenes, que en la mayoría de ocasiones descuidaba sin importarle lo más mínimo. Como hace Leonardo Padura con su Mario Conde, por ejemplo. O como hacía Vázquez Montalbán con Carvalho o el propio Camilleri con Montalbano.

Eso sí, a medida que Grecia no salía de la crisis, a Márkaris se le fue agriando el carácter. Difícilmente sus últimos libros provocaban no ya la carcajada, sino una simple sonrisa. El escritor griego decidió dejar descansar a Jaritos y escribió un libro de relatos titulado La muerte de Ulises. Ahí pareció tocar fondo en esa tristeza en la que andaba sumido. Ahora, con 80 años y, como decíamos, nada que demostrar, recupera a Jaritos y lo hace por primera vez alejado de la realidad,de la crónica social que eran lo mejor de sus novelas. Márkaris se sale de su zona de confort, si alguna vez tuvo una, y monta toda una distopía. Desarrolla la acción en un país que, de manera milagrosa, ha salido de la crisis. Un partido nuevo ha llegado al poder, ha comenzado a privatizarlo todo y ha generado la confianza suficiente para que fluya el dinero.

Los griegos vuelven a cobrar, los restaurantes se llenan de nuevo y la felicidad es tal que hasta se programan bodas. En esta fantasía transcurre Offshore, la última investigación criminal del entrañable Jaritos, que se enfrenta a las muertes de un alto funcionario del Estado y de un armador. Y, por supuesto, a los poderes establecidos y a la burocracia, que intentarán tapar la conexión entre ambos crímenes y su relación con los paraísos fiscales. Se echa en falta la carga social de las novelas anteriores, pero se agradece que un escritor octogenario sea capaz de resetear y de asumir que ya estaba bien de contar penas y de que hay que hacer un esfuerzo por recuperar la sonrisa. Y los tomates rellenos, y la gasolina, y las salidas a cenar a algún restaurante, y las reuniones familiares. Es decir, la vida.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios