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Un corazón generoso

  • Mercedes Núñez Targa evocó su paso por las cárceles españolas y los campos de concentración nazis en un libro conmovedor, terrible y hermoso.

La autora, testificando en un juicio en Carcasona a un dirigente de la Gestapo en 1945.

La autora, testificando en un juicio en Carcasona a un dirigente de la Gestapo en 1945.

Este es un libro terrible y hermoso. Terrible, por cuanto en él se narra la estancia de su protagonista en la cárcel de Ventas y en el campo de concentración de Ravensbrück; hermoso, porque en sus páginas no es el dolor, sino la admiración, la que presta su voz a quienes padecieron un daño intolerable. Nadie podría recriminarle nada a Mercedes Núñez Targa si el tono de sus memorias fuera otro. Es fácil traer aquí el testimonio de Odette Elina, o aquel grito amargo y conmovedor de Jean Améry, para saber que quienes sufrieron el internamiento en los lager no hallaron otro modo de expresar lo indecible. En sus Ejercicios de supervivencia, Semprún decía no entender la trémula amargura de Améry (su verdadero nombre era Hans Mayer), después de haber sido él mismo -Semprún- objeto de tortura. Tampoco Elina encontró mayor prueba de humanidad en Auschwitz-Birkenau que la que le proporcionó un caballo. De ahí que estas páginas de Núñez Targa, antigua secretaria de Neruda, sean conmovedoramente anómalas. Tanto en su paso por la prisión de Ventas, como en el tiempo de su reclusión en Ravensbrück, es la compasión, y un acendrado concepto de la dignidad humana, aquello que impregna y dirige sus recuerdos.

Por otra parte, fue la necesidad de testimoniar, una necesidad tanto personal como cívica, lo que impulsó a muchos supervivientes de los lager a escribir sus memorias y a recordar su desgracia ante un auditorio de jóvenes. En el caso de Núñez Targa, esto queda manifestado explícitamente y no cabe albergar duda alguna. Aun así, es posible hacer una matización; una matización que concierne a la guerra española y que dirige, quizá, su intención última al escribir las páginas de Cárcel de Ventas. Al leer su introducción, uno tiene la certeza de que Núñez Targa está pensando ya en una restitución de la convivencia entre españoles. No, acaso, entre quienes combatieron en la Guerra Civil; pero sí entre las generaciones venideras: "A vosotros, jóvenes, hijos de los vencedores y de los vencidos, os lo dedico con admiración y cariño". No es improbable, pues, que fuera este ánimo conciliador, junto a la necesidad de testimoniar, el que moviera a Núñez Targa a redactar unas memorias donde lo que prima es la conmiseración, y no tanto el recuerdo de los verdugos. Unos verdugos que aquí figuran con nombres y apellidos, pero que no capitalizan, que no usurpan un relato que pretende ser, más que un relato de la crueldad, un recuerdo del heroísmo y la aflicción de quienes la padecieron.

Se da así la paradoja, en absoluto menor, de que las memorias de Núñez Targa son una formidable muestra de optimismo. Esto no significa, obviamente, que Núñez Targa eluda la enumeración de las torturas que le infligieron y de los crímenes que presenció. Pero sí implica una visión superior en la que el hombre (Si esto es un hombre, escribirá el turinés Primo Levi, refiriéndose a su experiencia en Monowitz), no sólo es hijo de su dolor, sino dueño de su futuro. Para Núñez Targa, ese futuro se albergaba en el ideal socialista y el colosal experimento de la URSS. Hoy sabemos cuántos cadáveres arrojó sobre el siglo aquella utopía fabril; no obstante, su avance sobre las líneas alemanas fue el consuelo de millares de hombres y mujeres que soñaban con la liberación y vieron colmadas sus esperanzas. La sobrecogedora muestra de humanidad que da aquí Núñez Targa -estamos, nada menos, que ante un corazón generoso y ecuánime- no dejará indiferente al lector. Pero no, como ya hemos dicho, porque abunde en el terror que conoció y al cual se sobrepuso. El emocionante relato de esta mujer, de extraordinaria valía, halla su eficacia literaria en la manera limpia y escueta con que nos transmite lo sucedido. De modo que lo que prevalece no es el horror o la pesadumbre, sino una obstinada confianza en la dignidad del hombre. Una dignidad que atribuirá incluso a quienes hicieron del mal su miserable oficio. Y es ahí, en ese preciso acto compasivo, donde doña Mercedes Núñez Targa adquiere una sencilla y pudorosa grandeza, de la que uno, inútilmente, quisiera ser partícipe.

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