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Versos sobre el mármol

  • El poder redentor de la belleza guía el nuevo poemario de Moreno Jurado.

"Como una marioneta de hilos invisibles, en manos de la locura o de la pasión poética" se describe José Antonio Moreno Jurado (Sevilla, 1946) durante la composición de las dos decenas de "alucinaciones lúcidas" que integran su nuevo poemario, Veinte momentos de lucidez, que publica el sello Point de Lunettes. Este conjunto de tomas, visiones y y fogonazos nos revelan, al arrullo de una música constante, cómo la belleza redime y salva la vida. Así le ocurrió, por ejemplo, a Friné, la hetaira inmortalizada en mármol por Praxíteles a la que los atenienses acusaron de impiedad para acabar absolviéndola cuando su abogado, Hipérides, la desnudó ante la asamblea. El relato que de ese singular juicio realizó Alcifrón en sus Cartas de heteras inspira el último poema de este volumen, donde Moreno Jurado nos enseña que Afrodita y Friné eran una y la misma, en éxtasis perfecto de hermosura.

Doctor en Filología Clásica y catedrático de Enseñanza Secundaria ya jubilado, Moreno Jurado convirtió el griego clásico y el moderno -especialmente la obra del Premio Nobel Odysséas Elýtis- en el combustible de su poesía durante décadas de docencia y de escritura, una pasión muy presente en estos veinte instantes donde una escultura, un alcornoque o una ciudad se transforman en una reflexión sobre la realidad y la belleza.

Grupo escultórico del Laocoonte y sus hijos perteneciente a la colección de los Museos Vaticanos. Grupo escultórico del Laocoonte y sus hijos perteneciente a la colección de los Museos Vaticanos.

Grupo escultórico del Laocoonte y sus hijos perteneciente a la colección de los Museos Vaticanos.

Lisboa, por ejemplo, es el hilo de agua que conecta el Camoens de Os Lusiadas en el poema Orillas del Tajo con el barrio de la Alfama y que desemboca en la cafetería A Brasileira donde se refugiaba Pessoa, protagonista en su propia voz o en la de alguno de sus heterónimos de Chiado.

Laocoonte es uno de los poemas más intrincados del libro, inspirado por la escultura en mármol que atesoran los Museos Vaticanos. La imagen del sacerdote troyano Laocoonte, castigado por los dioses a morir estrangulado por serpientes marinas junto a sus dos hijos, y su rostro elevando al cielo horribles lamentos, impactó poderosamente al poeta mientras miles de peregrinos recorrían las salas sin entusiasmo apenas. La experiencia de ese turismo adocenado y complaciente, anestesiado, contrasta con la suya, tan fiera e intensa que le lleva a perder su voluntad y su sentido.

Aunque su origen es controvertido, se cree que Agesandro, Polidoro y Atenodoro de Rodas esculpieron en el período helenístico este Laocoonte que inspiraría a tantos artistas posteriores, como ocurrió en nuestra tradición con El Greco. A Moreno Jurado, la perfección formal de la composición piramidal le hizo recordar unos versos del Canto Segundo de la Eneida, un libro que se sabía de memoria y que le sigue apasionando, donde Virgilio se refiere al Laocoonte y describe la lanza que éste clavó en los lomos del caballo con la frase "se quedó fija temblando". Esos versos son para el también Premio Adonáis la confirmación de que una palabra equivale a veinte imágenes y no al revés; la proclamación de que la creación es una continua sorpresa a poco que sepamos abrir los ojos. Pero Laocoonte es también un poema sobre el paso del tiempo, como canta en los versos: los hijos la serpiente el rostro/ en perfecto temor de muerte previsible/ mientras una lágrima mía/ comenzaba a recorrer la distancia/ entre cuanto amé y cuanto amo.

La arquitectura y la luz de los espacios amados -Estambul, además de la capital portuguesa, y cómo no Mazagón y la onubense sierra de Aracena- junto a la lectura de los autores latinos y griegos que admira, ofrecen la inspiración para la mayoría de estos poemas, al igual que la forma les otorga una unidad en su extrañeza. Marco Aurelio y sus Meditaciones son otro pilar de un corpus donde el autor asume la vejez como la época de las relecturas y de la fidelidad a esos amigos que han sobrevivido y se cuentan con los dedos de la mano.

Como saben sus seguidores, el autor de Fedro, libro recientemente reeditado por La Isla de Siltolá, no concibe la poesía si no es "música en la palabra", y ese credo desborda aquí en el poema Un sonido magenta, escrito desde su casa de Mazagón en la habitación a oscuras ya/ cuando la noche en pie mastica alamedas y arbustos/ con la luz del faro rozando intermitentemente la ventana abierta/ más como caricia que como acoso. El poema alude a un sonido que le arrulla cada noche desde la calle, el de una joven que toca el violín en el portal de una casa cuyas paredes están pintadas de magenta.

Regresa así Moreno Jurado a los grandes temas de la poesía -el amor, la muerte, la vida- logrando que su vasta erudición se diluya en variaciones sonoras que conducen al lector a la sima de sus propias nostalgias y ausencias.

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