Cultura

Ven ya, destino

  • 'El espectro de Aleksandr Wolf'. Gaito Gazdánov. Trad. María García Barris. Acantilado. Barcelona, 2015. 152 páginas. 14 euros.

Gazdánov formó parte, junto con otros muchos rusos de la emigración, del variopinto gremio de taxistas del París de entreguerras. En aquella época, no era difícil que un archiduque nos abriera las puertas de un hotel, o que un grande de Rusia nos condujera ceremoniosamente a Montparnasse, quizá en uno de aquellos taxis del Marne que contribuyeron, desplazando tropas, a salvar París de la ofensiva del 14. De hecho, aquel oficio ambulatorio le proporcionó a Gazdánov, no sólo un modo de subsistencia, sino el tiempo necesario para escribir Una noche con Claire (1929), primera novela del autor, publicada por Nevsky Prospects en 2011.

El espectro de Aleksandr Wolf, en cualquier caso, está ya escrita en el Múnich de la Guerra Fría (1947), donde Gazdánov trabajó para Radio Liberty. Aun así, no es la última guerra el tema de esta novela, sino la guerra civil rusa, donde Gazdánov participó como soldado del Ejército Blanco. Su argumento es, en apariencia, simple: un hombre vive atormentado por el recuerdo de un asesinato, cometido en el frente, y tiempo después descubre, ya en el exilio parisino, que aquel soldado, a quien disparó en legítima defensa, sigue vivo y es un escritor de cierta relevancia asentado en Londres. A partir de ahí, las coincidencias y los ecos del ayer no harán sino acrecentarse; de modo que lo que empezó como novela introspectiva, acaba convirtiéndose en una suerte de roman policier donde el destino obra su oscura labor y exige su limosna. Más allá de las coincidencias, pues, más allá del absorbente amor que se consuma en estas páginas (y que se nos presenta como un vidrioso déjà vu), es el fatum, lo aciago, lo inevitable, aquello que rodea y abruma a los personajes de Gaito Gazdánov, hasta cerrarse sobre ellos en una oscuridad sin nombre. Se suceden así, en acelerada secuencia, la novela psicólogica del XIX y hard boiled del XX, urgidos ambos por la vieja maldición de Edipo; vale decir, por la maldición de quien, huyendo de sí mismo, encontrará lo que teme, ineludiblemente.

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