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Piezas del Oriente roto

  • El reportero Mikel Ayestaran reúne en este urgente libro de memorias sus numerosas experiencias en una de las zonas más calientes del mundo

Hace algunos días leíamos la crónica de Ángeles Espinosa para la prensa española cuando la reportera entraba en la triturada Mosul, capital del autoproclamado califato del ISIS y recién liberada por el ejército iraquí. La pieza estaba escrita a ritmo de Despacito, la canción-pegamento de Luis Fonsi con la que el mundo no para de menearse desde Pernambuco al desierto del Gobi.

Desde que tenemos conciencia, el paño de Oriente Medio es un paño roto. Se descose a jirones desde que al ínclito Winston Churchill se le ocurriera trazar el aleatorio mapa de Jordania un 11 de marzo de 1921 a eso de las cuatro y media de la tarde (lo afirma en sus memorias). De ahí el pertinente título escogido por el reportero de guerra Mikel Ayestaran: Oriente Medio, Oriente roto. A modo de un particular libro de memorias, el volumen lo ocupan distintas crónicas acerca de conflictos ocurridos sobre esta alfombra del mundo.

De un periodista de raza sólo se espera un libro de raza. Y éste lo es sin duda

De un periodista de raza sólo se espera un libro de raza. Y éste lo es sin duda. Cierto es que hay quienes prefieren contar lo que ven con escritura más pausada, imbuidos por el efecto retardo y el cedazo lírico. Otros, en cambio, prefieren la crónica urgente, el ritmo vivaz y más seco o periodístico, como quien dice, aunque haya pasado ya un tiempo y la memoria actúe de émbolo sobre lo recordado.

Ayestaran pertenece a esta segunda tribu. Esto es, la del freelance, que escribe acuciado por el filón noticioso y el cierre de la última edición de su medio en prensa y televisión. Aparte de salvar la vida, al final de la jornada uno siempre ha de andar preocupado por recargar el móvil, dar con un buen pozo de wifi allá donde se encuentre, cuidar el material gráfico como reliquia de un pelo de la barba del Profeta. El resto es cosa del azar y del olfato (la noticia casi siempre huele a cadáver).

El fichero periodístico sobre Oriente Próximo arranca con el gran terremoto que asoló Bam en 2003, la mayor ciudad de adobe del mundo situada en el sudeste de Irán. Se nos describe luego la guerra total que libraron Israel y las milicias chiíes de Hezbolá en el sur de Líbano en julio de 2006. Conocemos de primera mano el Iraq post-Sadam y el fallido Bagdad made in USA, donde las bombas de la insurgencia estallan por doquier. Durante el verano de 2008, mientras el mundo asiste a la inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín, Ayestaran viaja al Cáucaso para cubrir el sangriento conflicto que acaba de estallar entre Georgia y la separatista provincia de Osetia del Sur. Otra pieza más del volumen está dedicada al cuaderno de viaje escrito en 2010 a través de la peligrosísima región sur de Afganistán, sometida por entonces al arbitrio de los talibanes.

No podían faltar tampoco las crónicas dedicadas a las llamadas primaveras árabes. Primero la de Túnez, que se alzó contra el cetro del dictador Ben Alí (recuérdese que todo lo originó el frutero Mohamed Buazizi: harto ya de tanta desdicha, ayuno de esperanza, se quemó a lo bonzo con pintura inflamable y conmocionó al mundo árabe). Después estallaría la de Egipto, con el clamor de la plaza Tahrir y el fin del faraón Mubarak. Y, seguidamente, la primavera truncada en el Yemen (un país devastado por Al Qaeda, el separatismo, la dictadura de Saleh y la citada guerra civil que prosigue en nuestros días).

La recién iniciada era post-Osama ben Laden la cuenta Ayestaran en un viaje relámpago a la ciudad paquistaní de Abbottabad. Hacía sólo unas horas que un comando estadounidense había acabado con la vida del por entonces enemigo número uno de Estados Unidos (el ex presidente Obama observó la operación en directo a través de un plasma). Más tarde, en octubre de 2011, el reportero comprobó en Libia cómo hasta los churumbeles se ensañaban con el verdoso cadáver de Muamar el Gadafi, expuesto sobre una camilla en una burda sala frigorífica de Sirte (al igual que ocurriera con el de su hijo Mutassim, el cuerpo del sátrapa yacía en actitud cristífera, como el Cristo yacente de Martínez Montañés o el del óleo de Andrea Mantegna).

El libro culmina su periplo por el Oriente roto a través de la descuartizada Siria (primer conato revolucionario, guerra civil, avispero multinacional, crisis de refugiados y desplazados). No falta, por último, otro viaje de 2016 escrito sobre el terreno por lo que fuera el califato del ISIS en las manchas de terreno ocupadas y ahora liberadas sobre la propia Siria: Ballera, Palmira y la cristiana Qariatén.

Lo dicho, Oriente Medio sigue roto. Sirva este libro para intentar pegar las piezas de este rincón del mundo hecho trizas.

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