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John Berger en su intimidad

  • Nórdica homenajea al escritor y crítico de arte inglés, fallecido a comienzos de año, con una edición ilustrada de su libro más personal, 'Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos'

John Berger junto a Leticia Ruifernández, autora de las ilustraciones.

John Berger junto a Leticia Ruifernández, autora de las ilustraciones.

El escritor, artista y crítico londinense John Berger, una referencia intelectual y moral que trascendió generosamente las fronteras del orbe anglófono, publicó en 1984 un libro de culto titulado Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos que llevaba 30 años sin editarse en español. Es una obra absolutamente personal que descubrió al Berger más íntimo, el admirador de Goya y Rembrandt, el caminante que se refugia en el campo francés y observa a las liebres, el poeta que firma algunas de las más conmovedoras estampas de amor de la reciente literatura inglesa. A los seguidores del autor de Modos de ver, un texto que nunca ha dejado de reeditarse y que fue previamente un programa de la BBC tan popular como lo pueden ser hoy los capítulos de la serie Roma de la historiadora Mary Beard, les sorprenderá probablemente el tono desnudo y confesional de este particular dietario que ha resultado un caudal de inspiración para diversos artistas, incluida la arquitecta madrileña Leticia Ruifernández, quien decidió, junto con el responsable del sello Nórdica Diego Moreno, preparar una edición ilustrada de la obra con la complicidad del autor y contando con la versión al castellano de Pilar Vázquez, fiel traductora y amiga de Berger, que aquí hace un trabajo memorable.

Sin embargo, su inesperada muerte a comienzos de este año en el sur de Francia, donde residía desde hacía décadas, impidió que el ganador del Premio Booker 1972 por G., una de sus novelas más aclamadas, pudiera disfrutar de este libro singular que puede servir de puerta de entrada al universo Berger por cuanto se unen en él su trabajo como ensayista del arte, su emocional poesía y su sugerente narrativa. Temas como la infancia, el amor, el coraje cívico, la defensa de la naturaleza o la cercanía de la muerte se abordan aquí con una delicadeza admirable.

Los admiradores de Berger suelen dividirse entre quienes gracias a él encontraron una vía para incorporar la reflexión social, política, económica y de género a las imágenes, y los que lo admiran como uno de los mejores novelistas de su generación y se lamentan de que su fama literaria haya sido opacada por su popularidad como divulgador y crítico a partir del fenómeno televisivo Modos de ver. Escuchando a unos y otros, y sobre todo, leyendo su obra, hay títulos imprescindibles del catálogo Berger además de los ya citados en ambas vertientes. Es el caso de Fama y soledad de Picasso, que ha vuelto a reeditar este año el sello Alfaguara -un libro disponible en la interesante tienda del Museo Picasso de Málaga-, pero también de Mirar, de la asombrosa trilogía De sus fatigas e incluso del guión de la película Jonás, que cumplirá los 25 años en el año 2000 escrito junto al director francés Alain Tanner.

En el prólogo de la nueva edición ilustrada de Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos, el escritor Manuel Rivas recuerda que "a John Berger le apasionaba Goya por ese coraje de ver lo que no se podía ver, pintar lo que no se podía pintar, y hacerlo sin ser él mismo un espectáculo", lo que hizo del autor de Los Caprichos y Los Desastres de la Guerra, en opinión de Rivas, "el mejor periodista gráfico de la historia, pero no cayó en la parodia de ese nuevo periodismo en el que el personaje principal es el protagonista y lo que le pasa a la gente es secundario". Rivas sitúa a Berger en la estirpe de Goya para enfatizar que el inglés, admirador de los matices y la sinceridad, dedicó precisamente su escritura a descubrir como una luciérnaga lo que permanecía invisible u oculto pero sin arrojar una luz depredadora o dominante porque en su aproximación no buscaba jerarquizar ni ahuyentar el enigma, sino protegerlo.

Una prueba de esa mirada fértil la ofrece el propio Berger en las páginas que dedica en este libro al maestro del claroscuro. Tras confesar que su pintor favorito es el "herético Caravaggio" nos convence, página a página, de que, para el italiano, la luz y la sombra tenían un profundo significado personal, entrelazado con sus deseos y su instinto de supervivencia: "Caravaggio es el pintor del submundo, pero también es el excepcional y profundo pintor del deseo sexual. A su lado, la mayoría de los pintores heterosexuales parecen alcahuetas que desnudaran sus ideales para el espectador. Él, sin embargo, sólo tiene ojos para su objeto de deseo".

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