Literatura

Eduardo Mendoza, un Cervantes que recuperó "el goce por el relato"

  • El jurado sitúa al autor de 'La verdad sobre el caso Savolta' y 'La ciudad de los prodigios' en "la estela de la mejor tradición cervantina" y elogia su escritura rica en "sutilezas e ironía".

Eduardo Mendoza, en el Instituto Cervantes de Londres.

Eduardo Mendoza, en el Instituto Cervantes de Londres. / Efe

Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) obtuvo ayer el Premio Cervantes, el reconocimiento literario más importante del ámbito hispanohablante, ratificando de nuevo esa ley no escrita que establece que el galardón se entrega cada año, sucesivamente, a un autor español y a uno latinoamericano (en 2015 lo ganó el mexicano Fernando del Paso). Mendoza inauguró en 1975 una "nueva etapa en la narrativa española" que devolvió al lector "el goce por el relato", destacó el fallo del jurado, que ubicó la obra del escritor "en la estela de la mejor tradición cervantina", recordó su "extraordinaria proyección internacional" y saludó el hecho, ciertamente no demasiado habitual, de que con su estilo rico en "sutilezas e ironía" el autor ha logrado poner de acuerdo al "gran público" y a la crítica.

Lo hizo, de hecho, desde el primer momento, al debutar con una novela primorosa que representó un aldabonazo en toda regla y se convirtió de manera casi fulminante en un emblema de la nueva sensibilidad literaria que afloró en España a mediados de los años 70. La verdad sobre el caso Savolta, publicada en 1975, cuando Mendoza se ganaba la vida en Nueva York como traductor en la ONU, irrumpió como una rotunda e insolente bocanada de aire fresco en un panorama que reservaba casi exclusivamente sus medallas de prestigio para el realismo social programático y los ensimismados y con frecuencia tortuosos afanes experimentales.

Ágil y clara en la forma, corrosiva en el fondo y virtuosa y admirablemente transparente en su estructura, aquella novela contaba una historia sobre la Barcelona turbia y violenta de los años 20 en la que todo -desde la gran burguesía que hacía y deshacía mientras silbaba y miraba para otro lado hasta los temibles pistoleros anarcosindicalistas de la época- proyectaba sutiles e incisivos reflejos sobre la España de aquel momento, en los albores de la Transición. En ella presentó el escritor las credenciales que definirían durante los siguientes 40 años todos sus libros: la mirada punzante pero siempre compasiva y nunca desabrida -plenamente cervantina, sí- a una realidad que va desvelando sus leyes más extrañas y absurdas, la ironía, la ligereza, la mezcla de tonos y registros, el gusto por los temas, géneros y tipos populares... Y el humor, siempre el sentido del humor.

Muy presente ya en La verdad sobre el caso Savolta, este humor se volvió mucho más delirante en El misterio de la cripta embrujada (1978), primera entrega de la serie protagonizada por su detective disparatado que continuó con El laberinto de las aceitunas (1982). Homenaje y parodia a las novelas policiacas, entre la picaresca, el esperpento y el naturalismo psicodélico, estas novelas, endiabladamente divertidas, son el principal motivo por el que desde entonces hay que aclarar siempre, cuando Mendoza publica un libro nuevo, si es serio o humorístico. De esa serie llegarían luego, ya bastante menos cargadas de risas y carcajadas, La aventura del tocador de señoras (2001), El enredo de la bolsa y la vida (2012) y El misterio de la modelo extraviada (2015).

Publicada en 1986, La ciudad de los prodigios es, junto a La verdad sobre el caso Savolta, su otra gran obra, Sección Novelas Serias; un monumental fresco histórico, social y político de la Barcelona de comienzos del siglo XX lleno de obreros, patrones, arribistas y especuladores que ratificó al autor, junto a Juan Marsé o Manuel Vázquez Montalbán, como uno de los más conspicuos y penetrantes cronistas de la vida privada y los resortes anímicos y colectivos que configuraron la capital catalana de la era contemporánea.

En los 90 se consolidó como autor de enorme popularidad gracias a lanzamientos como Sin noticias de Gurb, un conjunto de estampas de surrealismo cotidiano publicado inicialmente por entregas en la prensa. Con el paso del tiempo Mendoza se fue escorando cada vez más hacia ese registro más netamente satírico y bienhumorado, en obras menores como Mauricio o las elecciones primarias (2006), El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008) o Riña de gatos. Madrid 1936, por la que ganó en 2010 el Premio Planeta.

Con su carisma cordial de caballero british, elegante y viajado, con su mirada burlona y sus maneras impecables, no queda nunca del todo claro si más escéptico que ácrata o viceversa, "paseante curioso y solitario, turista en su propio barrio", como se definió a sí mismo en una ocasión, Eduardo Mendoza entregó sus obras más certeras al comienzo de su carrera y luego, sí, tal vez, su talento no volvió a deslumbrar con semejante intensidad. Pero el brillo fue de tal magnitud, y tan significativo, que lo convirtió en lo que a pesar de todo no ha dejado de ser: uno de los autores sin los que la narrativa española de la segunda mitad del siglo XX estaría incompleta.

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