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Ah de las humanidades

  • Las reflexiones del escritor y docente Jordi Ibáñez rehúyen los planteamientos acomodaticios o consabidos y reclaman una visión abarcadora, autoexigente y en muchos aspectos autocrítica

Jordi Ibáñez (Barcelona, 1962) es profesor de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Pompeu Fabra.

Jordi Ibáñez (Barcelona, 1962) es profesor de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Pompeu Fabra. / d. s.

No se trata de una novedad estricta, pero el hecho de que abriera una nueva colección de ensayo, Criterios de la editorial Calambur, dirigida por una persona de trayectoria tan sólida y acreditada como Domingo Ródenas, y sobre todo el valor intrínseco y la singularidad formal de su propuesta, justifican que volvamos la vista a este libro de Jordi Ibáñez Fanés, El reverso de la historia, donde el escritor y docente catalán aborda un debate inagotable que adquiere en cada generación perfiles actuales. De dicho debate, la crisis de las humanidades que en nuestro tiempo parece haber alcanzado un punto de no retorno, trataron desde perspectivas bien distintas dos libros de los que dimos aquí noticia en su momento, Adiós a la Universidad (Galaxia Gutenberg, 2011) de Jordi Llovet y El intelectual melancólico (Anagrama, 2011) de Jordi Gracia, cuyas aportaciones respectivas son glosadas por Ibáñez en unas páginas que contienen otras muchas referencias y suponen, a nuestro juicio, una contribución de primer orden, por cuanto rehúyen los planteamientos acomodaticios o consabidos y reclaman una visión abarcadora, autoexigente y en muchos aspectos autocrítica, alejada por lo tanto del poco estimulante repertorio de razones invocadas desde la inadaptación o la mera nostalgia.

Nos referíamos a la singularidad formal y en este sentido lo primero que llama la atención de este ensayo es su redacción en forma de 'apuntes' que por momentos, pues en ocasiones tienen un carácter narrativo, recuerdan a las entradas de un 'diario', con una primera persona -la del autor, retratado a partir de su experiencia- que introduce a otros 'personajes' mencionados por sus iniciales y da cuenta, desde dentro, de las carencias y malas prácticas de la vida académica, pero que no por tentativos y fragmentarios dejan de pensar con rigor y altura de miras en males que vienen de antiguo -o no tanto, según los casos- y para los que no hay remedios fáciles ni sirven los lugares comunes. El libro tiene una parte de denuncia del estado de una universidad -cuyas facultades de letras serían o deberían ser el último reducto para los defensores de la cultura humanística- desvirtuada por la burocratización, la hipertrofia administrativa, el criterio utilitario y un modelo de evaluación que proscribe la originalidad, el talento o la valía intelectual en favor de baremos pretendidamente objetivos, pero su contenido no se agota en este registro y de hecho Ibáñez, que añade a modo de coda tres ensayos más extensos sobre la verdad, el mal y la conciencia de acabamiento, no elude enfrentarse a cuestiones que están en el fondo de una problemática más amplia.

Tanto los apuntes como los ensayos contienen decenas de reflexiones valiosas, nacidas de una profunda familiaridad con la literatura, el pensamiento o el reflejo de una y otro en la tarea de los educadores, que se alternan con anécdotas personales o referencias a la actualidad de los años (2009-2015) en que fueron redactados. Ibáñez no se caracteriza por las opiniones contundentes, tan favorecedoras y en última instancia descomprometidas, sino por una actitud precavida o incluso recelosa hacia los supuestos dogmas. No parte de la certeza de la superioridad de unos estudios devaluados, sino que trata de explicarse y de explicarnos -sin ponerse estupendo- por qué siguen mereciendo la pena. En el centro de su argumentación está el valor no sólo histórico o estético, sino también ético y cívico de las disciplinas humanísticas, que no pueden verse como algo autónomo o ajeno a la vida política.

Ni económica. La demanda de rentabilidad inmediata es en efecto una de las razones invocadas por quienes promueven la demolición de lo que fue uno de los pilares del sistema de enseñanza y proponen "doctrina en lugar de pensamiento crítico, cultura tecnológico-empresarial en lugar de imaginación moral, razón instrumental en lugar de inteligencias libres". Pero este diagnóstico, suscrito por la mayoría de los defensores de las humanidades, no evita que los departamentos universitarios sean un campo de batalla donde los teóricos aliados recelan unos de otros y se enzarzan en un sinfín de luchas intestinas. Jordi Ibáñez aporta aquí importantes matices a las posiciones de los autores citados, desarrollados de una forma respetuosa y elegante que permite entender mejor lo que los une y lo que los diferencia. Ahora bien, como él mismo apunta cuando se refiere a la deseable pluralidad de modelos en los claustros -"que deben ser capaces de hacer convivir al erudito con el intelectual, al investigador con el profesor, al escritor de ensayos refinados con (incluso) el literato de moda"-, la diversidad de puntos de vista puede ser enriquecedora para la comunidad en su conjunto. Si la minoría para la que el saber humanístico no se ha convertido en una rémora prescindible, dividida en facciones ideológicas, generacionales o de cualquier otra índole, no hace un frente común para defender lo mucho que comparte -y nos jugamos todos- a la hora de defender la utilidad, la pertinencia y la relectura necesariamente crítica de ese legado, llegará el día en que no haya lectores capaces de entender lo que hemos perdido.

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