Para muchos, la vida resulta "aburrida y triste" sin internet. No se cansa de repetirlo el ex Defensor del Pueblo Andaluz, José Chamizo. Y el problema es que los padres no controlan a los jóvenes con el móvil, hoy por hoy la adicción que marca la pauta de una sociedad cada vez más agresiva y violenta, como vemos al volante del coche. Los políticos también parecen enganchados a Internet en muchos casos, lo que les lleva a perder la noción del tiempo y a vivir en una realidad paralela. Su afán es manipular la realidad del presente, como siempre, pero con las redes sociales se sienten más poderosos. Así, dará igual que el gobierno municipal, dada su experiencia y formación limitadas, a duras penas sea capaz de llevar el día a día de la ciudad. Como tampoco importará si la oposición no asume su papel y se empeña en gobernar la capital. Dará igual porque viven en la gran mentira y todos fabulan con promesas que jamás cumplirán y experiencias que no han vivido.

La verdad objetiva está ahí y tarde o temprano aparece, de acuerdo, pero descubrirla en el día a día es difícil. Entretanto, la clase dirigente, obsesionada con las nuevas tecnologías, apuesta sus cartas al peso emocional antes que a la certeza de los hechos, aunque sea a costa de crispar el ambiente. Sin darnos cuenta, nos hallamos inmersos en la era de la posverdad, que no es más que la verdad tal como cada uno la siente, como quedó de manifiesto en las jornadas de periodismo organizadas en Madrid por Coca Cola, este jueves. Hoy todo está manipulado, salvo cuando coincide con nuestra línea de pensamiento. Y en la batalla por controlar el relato, los datos que no admiten discusión carecen de valor. Lo primordial es conmover. Lo comprobamos con las cifras del paro, por ejemplo. Gobierno y oposición siempre ofrecen lecturas contrapuestas en tono firme, como si los hechos fuesen alternativos. Lo mismo ocurre al evaluar la gestión municipal: el gobierno dice que lo hace de cine y la oposiciónn replica que es incapaz de dar ni golpe.

Al final, la verdad siempre emerge, pero procuran ensombrecerla mientras dura la eterna batalla hasta las próximas elecciones. Todo es posible en el mundo virtual, y las calles estarán limpias o sucias según quién opine. Si las ves sucias, los podemitas dirán que estás en contra de Cádiz. Y si las ves limpias, la oposición dirá que vayas al oculista. Las redes no generan tanta opinión como se dice, pero polarizan la sociedad hasta tal punto, que la gente sólo busca quien le dé la razón. Los poderes públicos lo saben y pretenden llegar a la sociedad con su verbo fascinante, sin intermediarios molestos. Si controlas las redes, controlas el relato, no hay más. Y aunque no sean la única herramienta, ayudan a ganar al captar la atención del personal. El ejemplo más claro lo encarna Trump, pero también se trasladó a conflictos como el catalán, donde los independentistas han creado un mundo virtual y falso gracias a internet y la televisión, que replica sumisamente sus mensajes. Cuantos más disparates se digan, más ciegamente les creen, ya que los sentimientos sustituyen a las certezas. Con ello, se mantienen en las encuestas pese a mentir. Y si alguien -incluido Serrat- les lleva lo contraria se le tacha de fascista y se acabó. Antes la mentira te podía costar el cargo (que le pregunten a Clinton) y hoy te ayuda a alcanzar el poder. Esto tan peligroso conduce a un empobrecimiento del debate, que se encanalla, pero ¿acaso importa? Lo crucial es tuitear como si te lo prescribiera el médico, aunque luego la vida te parezca triste y aburrida, como diría Chamizo.

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