Viernes Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Viernes Santo en la Semana Santa de Cádiz 2024

Con un PSOE aún abierto en canal y un PP acorralado por la corrupción, Podemos haría bien en preguntarse por qué narices no despega en las encuestas. La respuesta es sencilla, y vale también para explicar por qué estaba condenada, de antemano, la moción de censura de Pablo Iglesias contra Mariano Rajoy, el que nunca dice nada, el que prefiere que los problemas se resuelvan por ciencia infusa. Podemos no termina de aparecer como una alternativa real de gobierno porque da miedo. Pablo Iglesias no se cansa de repetir que los poderes temen a la gente. Y puede que lleve razón, pero su discurso radical y aprendido, su puesta en escena de laboratorio y su arrogancia terminan por inclinar la balanza a favor de sus rivales. Con lo fácil que resulta callarse uno de vez en cuando, el líder de la formación morada es incapaz de admitir que hay asuntos sobre los que no guarda opinión con tal de darle una lección al personal. Lo mismo da que se hable de los toros que del Descubrimiento de América. A los podemitas les encanta alimentar el debate sensacionalista ignorando que causan más prevención que confianza, como se vio con la entrega de la medalla a la Patrona. Han sobado tanto, por ejemplo, el tema de la pobreza infantil, que al final no cala. Parecería más serio y respetable que pusieran sobre la mesa el problema de los miles de jóvenes que se ven obligados a marcharse porque les resulta tan inaccesible el alquiler y la compra de una vivienda como encontrar un empleo digno.

La propia portavoz de Podemos en el Congreso, Irene Montero, demostró durante su debut que se puede articular un discurso muy crítico contra el PP sin generar tanto rechazo . Aprobó con nota y salió reforzada. A veces no se trata tanto de lo que dices, y el tono de perdonavidas de Pablo Iglesias no le ayuda. Eso cuando no le da por acordarse de su etapa de profesor y le habla a los adversarios como si estuviera en clase. Tampoco suman los continuos bandazos en asuntos de Estado como el modelo territorial o las relaciones con la iglesia. En una sociedad donde la seguridad es una prioridad, al final se impone la zona de confort, lo malo conocido frente al buenismo por conocer. Quien más y quien menos suele temer los cambios por definición, y Podemos lo que propone es un cambio de tal magnitud, tan radical, rompiendo tantos moldes, que al final el electorado apuesta mayoritariamente -pese a la peor de las crisis- por mantener las cosas como están.

Si Iglesias se limitara a silbar, en lugar de hablar de la pobreza infantil de Cádiz, le iría mejor. Sólo alguien que entra a todos los trapos acaba diciendo pamplinas como que "los urbanitas de izquierda tenemos que aprender a respetar esas tradiciones tan arraigadas en el pueblo", para justificar la medalla a la Patrona. Habría bastado decir que el alcalde es soberano en sus decisiones. A esto hay que unir que Iglesias, como si se lo hubiese mandado el médico, renuncia a pescar votos en el centro para articular una mayoría. Son tan dogmáticos y tan radicales, quieren ser tan puros a la hora de proyectar su idea de la izquierda, que no parecen ni humanos. Podrían aspirar a todo, pero se conforman con un papel secundario.

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