Córdoba

Una vida para dos (II)

  • Consuelo Mantas decidió donarle uno de sus riñones a su marido pues él sufrió la pérdida de uno de los suyos en 2007 y el otro le dejó de funcionar bien en 2010. La pareja lleva 15 años de continua presencia en el hospital.

Desde que Consuelo Mantas decidió dar el paso al frente para donar uno de sus riñones a su marido, Juan Herencia -con un órgano menos desde 2007 y fallos en el que le quedaba desde 2010-, la familia ha vivido cada hora, cada momento, pendiente del teléfono y de los movimientos del equipo de nefrólogos y urólogos que ha estado al frente de esta compleja operación. Desde que comenzó esta historia de solidaridad están en manos de los médicos aunque también creen en las de Padre Jesús de Villa del Río, al que profesan una profunda devoción. Nada más conocer la grave enfermedad que sufría Juan comenzaron las continuas visitas a la capilla del colegio de la Divina Pastora, que preside el titular de la cofradía, y en cualquier rincón de su casa, en el fondo de pantalla del teléfono móvil, en el ordenador, hasta en el bolsillo de la chaqueta y en la cartera hay estampas de la venerada imagen de Padre Jesús. Pero en el Hospital Reina Sofía están las manos humanas, las de los médicos y las de todo el personal sanitario que ha intervenido. En ellas depositaron toda su confianza. Allí están las manos del doctor Alberto Rodríguez Benot, un nefrólogo que conoce cada detalle del proceso seguido desde que el único riñón que le quedaba a Juan acabó de funcionar bien y lo dejó abocado a la diálisis. Y es que Benot sabe a la perfección todos los pasos que hay que seguir para realizar un trasplante desde un donante vivo a otra persona.  

El doctor Rodríguez Benot es un hombre cauto y prudente, aunque eso no merma un ápice su entusiasmo y compromiso con todos los casos que llegan a su mesa. De Juan apunta desde un principio que "tiene un problema renal hereditario, que hace que los riñones dejen de funcionar con el tiempo y pierdan esa función de limpiar la sangre" y hace hincapié en la "ayuda de la máquina", la diálisis, un proceso al que estaba condenado antes de la llegada del injerto. El nefrólogo del complejo cordobés analizaba meses antes de la operación que la única posibilidad de dejar la máquina era el trasplante, bien procedente de un ser vivo o bien de un donante fallecido. El injerto de vivo, como se conoce en el argot facultativo al primero, es "el que ofrece el máximo estándar de calidad y ahora puede proceder tanto de un familiar como de un amigo o la propia pareja". Al analizar las ventajas, habla el médico del mayor número de años de supervivencia, aunque matiza que también tiene mucho que ver el hecho de que el paciente haya entrado en la diálisis.

Juan parecía sobrellevar su nueva vida, el enésimo cambio al que tenía que enfrentarse desde el día que le diagnosticaron un pólipo en el riñón. Acudía al centro de diálisis entre tres y cuatro veces por semana, pero las molestias no se reducían simplemente al hecho de tener que desplazarse a algo más de 50 kilómetros de su casa y a tener que ingeniárselas para compatibilizar trabajo, familia y su responsabilidad como integrante de la junta de gobierno de la Hermandad de Padre Jesús, algo que le daba vida. Su existencia era bastante "limitada" y así lo reconocían tanto Consuelo, su mujer, como los médicos que lo han asistido en este año de diálisis. Él, sin embargo, se mostraba reacio -demasiado tal vez- a reconocer la dureza de esos días que caían como pesadas losas sobre su espalda. Sin libertad para beber agua -no más de dos litros cada 48 horas- ni para desplazarse y con una dieta muy estricta -sin fósforo ni potasio-, Juan fue durante mucho tiempo el vivo ejemplo de quien oculta un dolor para no hacer sufrir a aquellos que se encuentran a su alrededor, a los que considera su punto de apoyo en la vida. Sus fuerzas le daban para tirar de la familia junto a su mujer, para educar a sus hijas, Ana Estrella y Rocío, de 12 y 8 años respectivamente, y para mostrar la mejor de sus sonrisas a sus sobrinos Belén y Alfonso, de 5 y 3 años, que pasan muchas tardes en su casa.

Con el paso de los meses y la sucesión de los trámites y pruebas previas al trasplante, Juan, más que tranquilizarse, se mostraba más preocupado. Le horrorizaba la idea de que algo pudiera salir mal en la operación y de que no sirviera para nada el riñón que su mujer le había brindado. Afirmaba entonces que había pasado muchas noches en vela, mirando a Consuelo, a veces con lágrimas en los ojos. Por su cabeza pasaba "de todo", pero primaba en esos momentos la imagen amable de sus hijas. Porque él, temeroso, repetía en innumerables ocasiones sus dudas sobre el futuro de Ana Estrella y de Rocío si todo salía mal. Sus cuitas aparecían en cualquier conversación en las que se abordaran los pros y contras de la operación, más aún después de las pruebas que concluían que la pareja era absolutamente compatible para el trasplante.

El doctor Rodríguez Benot se refería desde un principio a la compatibilidad de ambos como clave para el desarrollo con éxito del proceso, así como a la realización de una entrevista clínica con los protagonistas, el donante y el futuro trasplantado: "Hemos de hacer una entrevista para informar sobre el procedimiento que se va a llevar a cabo, en qué consiste, las ventajas, el resultado del estudio y los trámites legales que habrán de darse antes de la intervención".

Después de analizar la compatibilidad, los nervios de Juan y los de Consuelo -más serena en todo el proceso casi hasta el final-, se pusieron a prueba de nuevo cuando el trasplante se enfrentó a los formalismo legales que debían darle validez. Siempre es un paso obligado. Por ello, Consuelo y Juan tuvieron que someterse, en primer lugar, a la comisión ética que debía dictaminar si existía "algún tipo de inconveniente", en términos del facultativo del Reina Sofía. Esta comisión, en la que participaron tanto la dirección médica como personas formadas en Ética de la Medicina -juristas, abogados, médicos, enfermeros y cirujanos, entre algunos otros-, fue la encargada de valorar si existe algún tipo de presión para que se produzca la donación del órgano. En este encuentro, la comisión abordó posibles coacciones, que "en este caso no se han producido", según puntualiza el doctor Rodríguez Benot, quien concluye a este respecto que "no ha de haber ni presiones sociales ni económicas". Tras ello, el juez del Registro Civil fue el que dio finalmente la validez legal a un proceso al que asistió el propio nefrólogo junto a otros facultativos y representantes del Hospital Reina Sofía. Una vez aprobada la intervención, quedaba sólo pendiente la preparación de todo lo necesario para el injerto. Rodríguez Benot explicaba semanas antes del paso por el quirófano que la operación duraría en torno a cinco horas "si todo salía bien" y planteaba la importancia de la habitación especial a la que iría Juan una vez intervenido. "Tiene que tener un aislamiento especial para evitar complicaciones que provengan del exterior", puntualizaba al referirse a este cuarto de presión positiva.

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