L Juicio por la intoxicación de las dos hermanas

El vecino de Posadas reconoce que usó el plaguicida sin autorización

  • El hombre acusado por el fallecimiento de dos niñas admite que carecía de permisos para manipular fosfuro de aluminio pero relata que lo usó en su vivienda sin sellar el desagüe, por donde pudo filtrarse

"Las niñas eran como mis nietas", confesó ayer con la respiración entrecortada B. G. C., el vecino de Posadas para quien la Fiscalía solicita cuatro años de prisión por la muerte de dos niñas intoxicadas, supuestamente, por un producto utilizado para combatir plagas de insectos y roedores. El procesado fue recibido en la Audiencia Provincial por un centenar de vecinos al grito de "asesino" y con pancartas en apoyo a los padres de las víctimas -"Tengo dos niños y estoy con vosotros" o "Si eres padre y tienes corazón, ponte en su situación"-; una vez en la sala de vistas, relató punto por punto cómo fumigó su casa con un producto agroquímico altamente tóxico que había adquirido en su propia empresa y para cuya manipulación no poseía permisos.

"No tengo la autorización que se precisa, porque cuando empecé a trabajar no se necesitaba", se excusó B. G. C. tras insistir en su carrera profesional de más de cuatro décadas manipulando sustancias químicas para los cultivos. "Siempre he sido aplicador del producto. Ahora hay mucha normativa nueva y yo estoy mayor y no he ido a sacarme el título que se necesita, que se saca con 18 horas de experiencia", relató B. G. C. "Sé que es tóxico pero nunca había tenido ningún problema", insistió el encartado, quien detalló que la sustancia -fosfuro de aluminio- se utiliza habitualmente para eliminar plagas de roedores o de insectos "en cualquier sitio que esté aislado".

El problema que intentó solucionar en su vivienda fue una plaga de cucarachas: "De detrás del frigorífico salían bichos del tamaño de un grano de arroz", dijo. Por esta razón, el 27 de noviembre de 2006, sobre las 09:00, B. G. C. colocó en una bandeja de plástico sobre el suelo 15 pastillas y tomó las medidas que consideró necesarias para evitar desgracias: "Precinté la chimenea y sellé las puertas con papel de pegar", dijo.

El acusado reconoció, en cambio, que no taponó el desagüe del fregadero de la cocina "porque estaba atascado", ni tampoco precintó la ventana debido a que se cerraba "herméticamente", se excusó. Estos fueron, supuestamente, los caminos a través de los cuales los gases que emanaron de las pastillas llegaron a la vivienda de las víctimas de manera implacable. "No sabía que los desagües de las casas estaban conectados", argumentó a preguntas del fiscal el procesado, que dos días después de fumigar decidió airear las habitaciones y quitó los precintos y abrió puertas y ventanas.

Al día siguiente se enteró de que los vecinos se encontraban "indispuestos", aunque no vinculó el malestar repentino que empezaron a padecer hasta que falleció una de las hijas del matrimonio. "Cuando mi mujer me dijo que se había muerto la niña, vine a Córdoba para ver si se podía salvar alguien más. Recogí en la empresa la ficha del producto que había utilizado y se la entregué al médico en el Hospital Reina Sofía", relató. Sin embargo, antes de que la situación se agravase hasta la muerte, familiares de las víctimas -que conocían la conexión del procesado con las sustancias agroquímicas- le habían preguntado si guardaba algún producto en casa: "Dije que no", declaró ayer cabizbajo.

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