Respons(H)abilidades

El poder del lenguaje y cómo ponerlo de mi parte

  • Prestar atención y evitar los "pero", los "es que", los "tengo que" o las generalizaciones es usar un lenguaje responsable y potenciador que nos ayuda a conseguir lo que queremos

Me fascina el lenguaje. Cualquier lenguaje. Su poder es inmenso porque es capaz de alterar nuestra percepción del mundo o nuestra forma de ver la realidad. Está tan íntimamente relacionado con nuestra forma de pensar y comunicarnos que el idioma acaba condicionando también la forma en la que nos relacionamos con nuestro entorno, con los demás y con nosotros mismos. Hay teorías interesantísimas que hablan del determinismo lingüístico, esto es, la forma en la que el idioma condiciona nuestra forma de ser incluso cuando usamos los aprendidos. Sea como sea, y centrándonos en el lenguaje que usamos cada día, la primera responsHabilidad o habilidad para responder que deberíamos tener bien entrenada es una forma de hablar que nos fortalezca como personas.

Ser responsable de nuestro lenguaje es expresarnos de forma que de verdad nos apoye a conseguir lo que queremos, que afecte a nuestra autopercepción potenciándola y no debilitándola, y que no ponga en duda, ni siquiera para nosotros, nuestro compromiso con lo que nos proponemos hacer. ¿Quiere decir que podemos hablar boicoteándonos a nosotros mismos? Sí, exactamente eso. Quizás ahora les interese más ver cómo poner su lenguaje de su parte.

Somos muy de generalizar, sobre todo en las situaciones desfavorables

La forma de hablar que nos afecta

El lenguaje es un sistema de códigos que da sentido y orden a una serie de sonidos y símbolos con los que nos entendemos y nos comunicamos entre nosotros. Es por tanto la herramienta con la que damos forma a nuestros pensamientos, a nuestros planes, y aquí está lo más interesante, a nuestros sentimientos.

Las palabras nos afectan, también las nuestras, incluso si no llegamos a verbalizarlas. Porque pensamos formulando palabras en un diálogo interno que nos condiciona mucho más de lo que imaginamos. Por esa razón, debemos estar atentos, porque hay formas de expresarnos que dan mensajes explícitos o implícitos a los demás y a nosotros mismos, que no nos apoyan demasiado. Veamos algunos ejemplos.

El pero es una conjunción adversativa que parece inocua Pero no lo es. Como enlace de oraciones sirve para contraponer significados. Por lo tanto, cada vez que se dice hay una probabilidad muy alta de que detrás vaya una justificación o una razón que anula total o parcialmente lo que le precede: lo entiendo pero…, te quiero pero…, estoy contigo pero…, te voy a ayudar, pero…

A los "es que" les pasa lo mismo que a los pero. Y si no, recuerden la última vez que lo dijeron: ¿para qué lo usaron? Ya sea en forma de justificación o de reproche, los "es que" tampoco ayudan a tener un lenguaje responsable y fortalecedor: es que tengo poco tiempo…, es que no sé hacerlo…, es que no me entiendes…, es que no te acuerdas…

Las generalizaciones también juegan en contra de conseguir que nuestro lenguaje nos potencie. Usar demasiado los siempre, todo, nunca, nada, todos o nadie podría esconder frustraciones que nos restan o nos hacen restar en otros el poder de cambiar las cosas. Por eso mejor decir "alguien tiene que aprender a hacer algo" que "nunca lo hace bien"; o mejor decir que alguna conducta nuestra o de otra persona no nos gusta a decir "siempre molesta"; o "este mes está siendo duro" en vez de "todo me sale mal siempre". Somos muy de generalizar, sobre todo en las situaciones desfavorables.

El verbo intentar es otro enemigo sordo y paciente del lenguaje responsable y de la propia intención. Cada vez que lo decimos corremos el riesgo de debilitar nuestra voluntad. De hecho, el mensaje que le damos a nuestro subconsciente es: lo voy a intentar, Pero no pasa nada si no lo consigo, lo hago o lo digo. En la estructura profunda de la frase nos hemos creado la excusa perfecta: voy a intentar ir al gimnasio…, intentaré estar ahí…, intento cambiar todos los días…

Los "tengo que" son otros devoradores de energía. Con decir un "tengo que" delante de una tarea ya tenemos una alta probabilidad de contagiarnos con el peso de la obligación y la desgana. Y si la tarea no es tal tarea, sino que se trata de un deseo, nos revela desde qué emoción o actitud vamos a abordar las cosas que queremos hacer: tengo que viajar más… ¿qué tal un "quiero viajar más"? El cambio de actitud interna es inmediato.

Un lenguaje responsable para decidir mi actitud

De eso se trata. De decidir yo, y no los demás o mi lenguaje automatizado, la actitud con la que quiero vivir en cada momento. Y para eso, adaptar mi forma de hablar es una poderosa herramienta, porque hay una relación biunívoca entre lo que pensamos o decimos y lo que sentimos. De hecho, hay una regla mental que dice que "Todo pensamiento o idea produce una reacción física", y otra que asegura que "Lo que se espera tiende a hacerse realidad". Pues hagan sus conclusiones.

La relación entre nuestros sentimientos y el lenguaje con el que nos expresamos es muy íntima. Tenemos diferentes estados de ánimo según sea la forma en la que nos hablamos y hablamos a los demás. Así que merece la pena usar también el lenguaje para decidir la actitud que nos viene bien.

Y si se preguntan cómo empezar, el primer paso es tomar conciencia de cómo es su lenguaje. Así que durante un tiempo estén atentos a cuántas veces usan los "es que", los "pero" o las generalizaciones. Quizás se den cuenta de los matices que hemos compartido aquí y quieran sustituirlos por otras palabras en algunos casos.

Y desde ya pueden empezar a cambiar los "voy a intentar" por "voy a hacer" y los "tengo que" por quiero. Sólo para ver qué pasa. Porque tardamos lo mismo en hablar como sujetos pasivos de nuestras vidas que como sujetos activos, y ésta última forma nos apoya mucho más.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios