Cordobeses en la historia

La mirada cordobesa del cine universal

  • Josefina Molina vio la luz en la Córdoba recién ocupada por el franquismo, escapó de las sombras de su tiempo y llegó al Madrid predemocrático, para poner colores de esperanza a las pantallas de cine

JOSEFINA Molina nació un 14 de noviembre de 1936. Aquel sábado, su ciudad se debatía entre la necesidad de soñar y la ineludible realidad del estallido de la última guerra civil española. Para lo primero, el teatro Duque de Rivas presentaba El Relicario, cantada y hablada en español, a una peseta por butaca, mientras la radio emitía los interminables partes de Queipo de Llano. La prensa escrita anunciaba el inicio de la construcción de cuarenta casas baratas en Las Margaritas, múltiples ofertas de alquileres de pisos y habitaciones céntricas, Sulfureto Caballero contra la sarna o la roña y una interesante lista de donativos en especies para sufragar los candelabros de San Rafael, con nombres y apellidos destacados del antes, el después e incluso del hoy del poder local.

En aquella Córdoba, una joven catalana trabajaba codo con codo junto a su marido cordobés, para consolidar el negocio de droguería y calzados que nutrirían el futuro de su primer hijo, Rafael y la niña que acababa de nacer. Tras los años difíciles, en los que la mujer supo lidiar con los claroscuros de la postguerra, el intercambio de mercancías o el ineludible contrabando de los cuarenta, las tres tiendas que regentaron permitieron a la familia una posición desahogada. Rafael y Josefina crecieron en una casa con servicio y niñera; estudiaron ambos en La Salle y cuenta María José Porro en su biografía Mujeres de Andalucía, que la niña pasó luego a las Escolapias de Santa Victoria, donde cursó desde el Bachillerato a la Reválida, "algo que su padre en cierta manera consideraba innecesario para una mujer, pero que alentó la madre".

Esa misma posición permitió a Josefina descubrir juguetes como los primeros cines infantiles que siempre recordaría con devoción. Iban a las sesiones de tarde de la época y leía los tebeos que, desde la niñez alternó con lecturas, casi inimaginables para una preadolescente de finales de los cuarenta, como los Episodios Nacionales. También hubo de pasar por el ineludible Servicio Social. Pero ya escapaba de las normas, para buscar la compañía de gentes con sus mismas inquietudes, asistiendo a los primeros cine-clubes cordobeses como el Senda o el del Círculo de la Amistad, al tiempo que empezaba a formar parte del mítico Juan XXIII, que quedaría en la historia de las libertades de Córdoba unido para siempre a grandes personajes como Aumente, Povedano, Castilla del Pino o ella misma.

Josefina sintió y se comprometió con el futuro feminismo cuando el movimiento podía ser considerado casi ciencia-ficción, fundando en su propia casa el Teatro-Ensayo Medea.

Algunas de sus primeras obras contaron con el rechazo de una buena parte del público de esta ciudad, entonces más provinciana y conservadora, quedando para siempre en su memoria los desafortunados sucesos de la representación de Casa de Muñecas de Ibsen, en el salón Liceo del Círculo de la Amistad.

El año 1962 sería el de su salto a la radio, donde comienza como colaboradora con el ciclo La Mujer y el Cine; el de 1963 es el de su llegada a Madrid para cursar estudios en la Complutense con el beneplácito de su padre, y entrar en la Escuela Oficial de Cinematografía a espaldas de él. Un año más tarde ya era ayudante de dirección de Pilar Miró en Televisión Española. Tenía veintiocho años. Se inicia una carrera imparable para esta cordobesa, la primera mujer de España licenciada en Dirección y Realización; formación que adquiere paralela a su Licenciatura en Ciencias Políticas, también en Madrid.

Hasta 1973 en que se inicia como directora de largometrajes, se desencadenan una serie de éxitos televisivos tan evocadores como Paisajes con Figura o Esta es mi tierra, pasando por los conocidísimos Estudio 1, con magníficas adaptaciones de obras que van desde Chéjov hasta Lope de Vega, de Blasco Ibáñez a Dostoievski, o de Platón a Delibes, entre otras.

De directora y guionista en la pequeña pantalla pasó a dirigir películas como Función de noche (1973), o Teresa de Jesús (1982-1983) donde presenta a una Concha Velasco en el que quizá sea el papel más impresionante de su trayectoria. En Esquilache (1989) o en el anterior Vera, un cuento cruel (1973) alcanza su máxima expresividad y el cenit del compromiso social, la clarividencia y la rebeldía que tal vez provocara su elegantísima, honesta y discreta salida de las pantallas de la televisión nacional.

Cuando en 1995 la Junta de Andalucía le otorgó una de sus medallas de oro, ya había obtenido entre sus numerosos reconocimientos fuera de su tierra, el del Festival de Cine de Valladolid, o el Premio Italia. Pero en Córdoba, al parecer, todavía no tiene calle.

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