Córdoba

Un maestro que inspira para la vida

  • César Bona fue seleccionado como uno de los 50 mejores docentes del mundo, según el galardón Global Teacher Prize, considerado como el Premio Nobel de los profesores

Su primer destino definitivo como profesor fue Bureta, una pequeña localidad de Zaragoza de apenas 269 habitantes y un centro rural al que acudían seis niños de entre cuatro y 12 años. El problema no era que fueran pocos alumnos o que cada uno de ellos tuviera unas necesidades educativas diferentes, sino que dos de ellos no se hablaban porque sus familias tampoco lo hacían. Ese fue el panorama que se encontró César Bona, el único docente de España que ha llegado a ser finalista de los galardones Global Teacher Prize, un título dotado con un millón de dólares y que te señala como el mejor maestro del mundo. Sólo por ello, es ya el mejor docente de España, algo que confiesa le horroriza e incomoda porque "sólo soy un maestro que disfruta con lo que hace".

Aunque no se llevó el premio, sólo alcanzar este hito ha convertido a César en una celebridad docente y mediática. Tanto que llega incluso a sentirse un poco agobiado ante el interés que despierta allá por donde va. Ayer no fue menos y su intervención en una charla en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Córdoba reunió a más de 300 aspirantes a seguir su modelo y convertirse en profesores en breve plazo de tiempo. Y como ocurre en cada una de sus apariciones, César Bona cautivó a todos y cada uno de los asistentes a este acto organizado por el vicedecanato de Estudiantes y Cultura con el objetivo de formar a sus alumnos, que también incluyó una singular conversación con el explorador cordobés Francisco Acedo.

Antes de embarcarse en el mundo de la enseñanza de manera definitiva, César Bona tuvo otra experiencia que a más de uno le hubiera quitado, en parte, las ganas de ser profesor. Y es que, en su primer año de prácticas acabó en una clase de cuarto de Primaria del colegio zaragozano Fernando el Católico. La interculturalidad del aula era más que notable puesto que de los 24 niños que estaban matriculados, 20 de ellos eran de etnia gitana, una rumana, otra de Marruecos y una alumna de Gambia. Sin duda, todo un reto docente.

A sus 43 años, Bona vive ahora una de sus mejores etapas profesionales y no tiene reparos en asegurar que es consciente del interés que despierta y la expectación que genera. "Se cómo se mira desde fuera y cómo se ve desde dentro", reconoce a el Día. En un mensaje la mar de sencillo y práctico, asegura que "uno se mueve siempre por prioridades y la mía es tan sencilla como intentar ser feliz con lo que tienes alrededor". Eso si, mantiene que aún sigue asombrándose cada día ante la repercusión que genera en el público su trayectoria y sus logros. No obstante, en este aspecto encuentra también algo positivo y confiesa que a pesar de todo "estoy orgulloso de que se hable en positivo de la educación". En otra de sus frases certezas afirma que "sigo teniendo los pies en el suelo y sé de dónde vengo". También es consciente que su proyección mediática poco a poco irá diluyéndose en el tiempo y confiesa que "cuando pase todo esto, volveré al aula y seré feliz también allí".

Si algo extraña y echa en falta cada día ahora César es poder dar clases, una labor que ha dejado de manera transitoria. Aún así, asegura que seguirá viajando por España "compartiendo las cosas que aprendo y hablando con los cientos y cientos de maestros que hacen cosas maravillosas y diciéndoles que eso que hacen tiene que salir a la luz".

La clave de César Bona radica en la sencillez de su propio planteamiento docente. Es más, mantiene que él mismo no tiene un método concreto y se ríe al afirmar que "la gente habla de innovación cuando yo hablo de sentido común; me sigue asombrando ese hecho". Relata que una de las claves de su éxito es hablar a los niños "como a mi me gustaría que me hablaran". Como ejemplo, expone que a sus alumnos les enseña las cosas que "a mi me gustaría que me hubieran enseñado". En este punto, recuerda que a él mimo le costaba hablar en público en su infancia "y era tremendamente tímido, me sentía curioso y necesitaba que alguien alimentara la curiosidad y, por eso, intento alimentar la curiosidad de los niños". "No hago nada extraordinario, sólo uso el sentido común", anota, e insiste en que "me siento muchas veces como un niño y eso te ayuda a entenderles mejor y a que ellos entiendan mejor". Bona, que reconoce que no es profesor por vocación -estudió primero Filología y luego hizo Magisterio-, insiste en sea línea y detalla que "lo más importante es escuchar al niño". "Los seres humanos tenemos la necesidad de ser escuchados, de sentirnos alguien y sentirnos útiles", subraya.

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