Córdoba

Una constitución para las Españas

  • Andalucía debe potenciar su voz en defensa de la igualdad y de la solidaridad interterritorial y no del nacionalismo españolista

1comienzo por decir al lector que me acompañe en este descargo de conciencia que escribo estas líneas en plena rebelión de las instituciones catalanas contra el ordenamiento constitucional de 1978, y lo hago en ejercicio del optimismo de la razón, ahora cuando las emociones la devoran.

2En efecto, afirmación nacionalista aparte, no hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que dicha rebelión también entraña la finalidad de liquidar el legado político de la Transición democrática. De no ser así, no podría explicarse los compañeros de viaje a los que la burguesía catalana ha dado la efectiva conducción del proceso, extraños compañeros a los que se suman otros actores no catalanes, unidos en la inquina hacia aquel legado que, les guste o no, ha dado a España el bienestar y la relevancia mayores alcanzados por ella desde la liquidación de las colonias.

3Claro es que nadie debería extrañarse que los nacionalistas quieran serlo, y que la izquierda antisistema quiera cumplirse a sí misma. Más criticables son los errores pasados de los socialistas y la desidia, egoísmo y ceguera del Partido Popular desde hace décadas, y que hoy lo confía todo, y de la manera más torpe posible, a la acción de jueces y fiscales, con una práctica desaparición del Gobierno como actor político. No obstante, hay que confiar en que llegue la hora de la política y, en consecuencia, la del diálogo.

4 El propio título de estas palabras entraña una toma de posición esencial. Hablar de las Españas evoca la evidente diversidad y el evidente factor común de todos sus territorios. Decir esto significa salir del relato de la diversidad gobernado por los nacionalistas, que por definición negarán la virtualidad de esos pilares comunes. Por ello, resulta intrínsecamente tan lesiva la palabra plurinacionalidad, salvo que se quiera aceptar el escenario de Urkullu, Junqueras y Pablo Iglesias. Hay, pues que dialogar sobre las Españas. Ahora bien, el dialogo no es una virtud en sí mismo, sino que precisa para serlo definir sus objetivos: para qué, con quién, y cómo.

5Para qué es claro: reformar la Constitución para lograr un Estado denominador común de la diversidad, con poderes propios y exclusivos, y establecerlos con los mismos caracteres para la diversidad. La estructura política de las Españas sería, pues, el Estado federal.

6Determinar con quién se logra se responde con la propia naturaleza del pacto político a alcanzar, que ha de ser un amplio acuerdo de fuerzas estatales y territoriales, que desemboque en un modelo cerrado. Cerrado no significa eterno, sino que la aparición de conflictos concretos, inevitables en todo Estado compuesto no signifique el cuestionamiento general del modelo.

7 Pero el cómo del pacto es esencial. Es necesario salir de la lógica del mecanismo devolutivo de poderes del Estado a las Comunidades Autónomas, que fundó el modelo territorial de 1978. Era inevitable, tan inevitable como reconocer que hoy las Comunidades Autónomas son entes políticos consolidados, sin que su ausencia de soberanía permita deducir que carecen de protagonismo en el momento político constituyente. Para evitar equívocos, ese protagonismo no consiste en un mecanismo asociativo de los poderes territoriales que, desde los suyos, definen el papel del Estado, como si de una "devolución" a la inversa se tratara. Es una cooperación recíproca, presidida por el principio de lealtad, entre el Estado y las Comunidades Autónomas para la fijación de los respectivos poderes. Es esencial, para que esta idea no signifique la consagración de privilegios, que el método de la cooperación sea un único foro multilateral. La bilateralidad tiene el germen de la desintegración, y habría que rechazarla por inútil, en contra de lo que defienden algunos, que no es sino el retorno a la idea de Galeuzca. Si alguien tiene duda de esto, le remito al discurso del lendakari en el reciente Aberri Eguna, clamando por la bilateralidad, desde la lógica de los privilegios fiscales.

8Ese foro multilateral no puede ser iniciado sin la previa definición de un elenco de poderes exclusivos del Estado, aunque sea mínimo; relaciones exteriores; organización militar; ordenación general de la economía; orden público y seguridad del Estado.

9A partir de ahí, se deberían pactar la regulación constitucional del sistema de financiación, la de las fórmulas de cooperación federal y de solidaridad interterritorial, la prohibición de la desfederación y formas de exigencia de la lealtad federal, y los específicos instrumentos de preservación del principio de igualdad básica entre los ciudadanos.

10Pieza esencial ha de ser un Senado con papel central en la definición de las políticas territoriales, imponiendo su necesaria resolución política previa en los conflictos entre territorios y con el Estado, antes del recurso al Tribunal Constitucional. Al tiempo, hay que redefinir el papel de este como juez de los conflictos territoriales, y recuperar el recurso previo en caso de leyes sometidas a referéndum

11Y final: Andalucía, esa esencial parte de las Españas, debe potenciar desde las instituciones su privilegiada voz de defensa de la igualdad entre los ciudadanos y de la solidaridad interterritorial, y no del nacionalismo españolista.

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