Cordobeses en la historia

El bodeguero que paró a Napoleón

  • Diego de Alvear y Ponce de León cultivó por igual su amor a la marina y al vino. El primero, le llevó a cruzar el océano y a combatir; el segundo, potenció el prestigio que ya le dieran sus ancestros al vino

Nació entre los aromas del vino de Montilla, corriendo el mes de noviembre de 1749.

De su abuelo heredó el afán por impulsar los caldos de su tierra, que ya exportaban a Inglaterra, y de tantos hijos de tierra adentro, la vocación por la mar y la vida militar, en la que se volcó tras formarse en colegios Jesuitas de Montilla y Granada, donde se iniciaría en algunas de las siete lenguas que llegó a dominar.

Alistado como guardiamarina, con poco más de veinte años desembarcó en Río de Plata, en donde desarrolló una intensa labor cartográfica, entre los ríos Panamá y Uruguay, con trabajos no menos destacables de historia y astrología. Afincado intermitentemente en misiones Jesuitas, alternó sus estudios con intervenciones militares por las que alcanzó el grado de brigadier.

Tras una relación sentimental con una muchacha indígena -de la que pudo nacer José de San Martín- casó con María Josefa Balbastro, próximo a cumplir los 32 años y, a los 55, decidió volver a la península.

Cruzó el Atlántico, junto a su mujer, sus nueve hijos y todo su patrimonio, en una escuadra española en la que él mismo ostentaba el cargo de mayor general, bajo la única autoridad superior del brigadier José Bustamante.

Las fragatas Mercedes, Santa Clara y Fama, con la Medea como insignia, navegaron durante cincuenta y siete días y llegaron frente a las costas del Algarve un 5 de octubre de 1804. Allí fueron interceptadas por cuatro navíos ingleses. A pesar de ser tiempo de paz oficial entre ambas naciones, el amago de diálogo se vio interrumpido por un estruendo. Fue cuando la Mercedes estalló ante los ojos de Diego y el mayor de sus hijos, Carlos de Alvear, quien, por su condición de cadete viajaba en la Medea junto a su padre y Bustamente. Y fue cuando vieron morir, dentro de la fragata, al resto de la familia.

El combate se saldó con trescientos sesenta heridos más, la rendición de los españoles y un extraordinario botín. Luego, fueron apresados y conducidos a Inglaterra en donde nunca dejó de reivindicar sus derechos frente a la tragedia y la ruina que le provocó aquel ataque.

Los meses siguientes serían cruciales en la Historia de su siglo. Tras estos sucesos, España declara de guerra a Inglaterra, coincidiendo con la coronación de Napoleón en Francia.

Diego de Alvear logró al fin que el rey Jorge le devolviera sus bienes y regresó de Gran Bretaña de donde trajo también a la que sería su segunda esposa, Luisa Rebeca Ward, con quien, tras contraer matrimonio en 1807, tendría otros siete hijos.

En tierras gaditanas siguió cultivando e impulsando los caldos cordobeses, alternando las estancias en ambas provincias, siempre regresando a las viñas de Montilla, entre cuyos verdes infinitos dejaron un hermoso palacete, de influencia inglesa, extraordinariamente conservado.

Tras un tiempo de relativa tranquilidad, las tropas napoleónicas comenzaron a avanzar hacia el Sur. En febrero de 1810 los invasores daban por hecha la conquista de Cádiz y, con ella, la ocupación de la totalidad del país. Pero sus planes se vieron frustrados por la estrategia defensiva del jefe de artillería de marina, Diego de Alvear, cuyas baterías rindieron por mar a la escuadra de Roselly y, por tierra, a los hombres del mariscal Víctor; de modo que las tropas francesas no lograron cruzar el puente de Zuazo, porque Alvear lo había mandado volar, además de retirar o destruir todas las naves del entorno.

A sus órdenes aguantaron la situación de asedio y quedó la Tacita de Plata como referente de la resistencia española frente a Napoleón, motivo por el que Alvear obtuvo la Gran Cruz de San Hermenegildo.

Avanzando el siglo XIX, llegó a ser gobernador civil y militar de Cádiz y a vivir intensamente los tiempos convulsos que rodearon el año 1812 y murió a los 81 años, dejando una semilla de nombres ilustres, como su hijo Carlos y su nieto Torcuato, presidentes de la Asamblea y de la República Argentina respectivamente, a quien no desmerecieron otros herederos, como el Conde de La Cortina, para muchos montillanos uno de los máximos valedores del reconocimiento y el conocimiento de que goza el vino de esta tierra.

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