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Partido Popular: del nosotros al yo

  • Declive. El PP se hizo fuerte en los 90 con un mensaje regenerador frente a la verbena del último felipismo, pero ahora a lo único que puede aspirar es a regenerarse a sí mismo

Partido Popular: del nosotros al yo

Partido Popular: del nosotros al yo

H UBO un tiempo, no tan lejano, en el que el Partido Popular enarboló con alegría la bandera de la regeneración política. Gobernaba por entonces España el Partido Socialista de Felipe González y el PP, creado a finales de los 80, era una formación naciente que trataba de hacerse fuerte en un país que se modernizaba y en una Europa en pleno cambio, marcada por la caída de la URSS y del Muro de Berlín. Manuel Fraga, consciente de que con el tufo franquista que emanaba su vieja AP no iba ya a ningún sitio, optó por la refundación, y para ello dio el relevo a una generación de políticos situados en la cuarentena, cuyo liderazgó recayó en un enérgico, demasiado enérgico y vanidoso a la postre, José María Aznar. La derecha española viraba pues, o lo aparentaba al menos, hacia el centro, hacia un liberalismo parcial, limitado a lo económico, de raíces cristianas con el que intentaba ampliar su base electoral para mantener al fiel votante conservador y católico mientras le ganaba espacio a los socialistas en un centro político formado principalmente por profesionales liberales, autónomos y funcionarios. Una historia feliz para ellos, pues con los años les permitió acceder a una Moncloa que para Fraga siempre había estado vedada, pero que quizá no habría sido posible, al menos con esa rapidez, si la gangrena de la corrupción y del desgobierno no hubiese descompuesto al felipismo.

Aznar, con su latiguillo del "Váyase, señor González", se convirtió en un cruzado frente a la corrupción, al menos de boquilla, y trató con éxito de promocionar una imagen de un PP tan incorrupto como el brazo de Santa Teresa. Un mandato de sólo ocho años, para no eternizarse en el poder como González, prometía el luego presidente, algo que cumplió, mientras en los periódicos se sucedían las roldanadas y la filesas, los latrocinios de un socialismo que convirtió el Gobierno de España en una verbena. Aunque el PP también hablaba de otros asuntos de índole económica, como el de quitarle grasa al Estado o lanzarse a la conquista del euro, la clave de su argumentario estaba en la regeneración, en la venta de una imagen de partido honrado y sin tacha. Ellos eran los ideales, venían a decirnos, para quitar de nuestra democracia todas las manchas de corrupción y golfería. Veinte años han pasado, en fin, de aquello, suficientes como para ver que el PP de incorrupto nada de nada. Más bien lo contrario: con un índice de podredumbre similar al del PSOE y con una actitud de lo más relajada y laxa a la hora de perseguir esta lacra, que con tanta falicidad se carga los sueños colectivos y pone en el precicipio a las democracias al facilitar el empuje del ultranacionalismo derechón y xenófobo y de una ultraizquierda quimérica, comunistona, viejuna y dudosamente democrática. El PP pensaba pues en aclarar la vida del nosotros y ahora ya no puede pensar en eso ni loco, porque lo que le corresponde es regenarse a sí mismo si no quiere acabar como tantos partidos de la derecha tradicional europea que ahora mismo están en pleno proceso de invisibilidad cuando no de desaparición. Al PP, como a los poetas comunistas que se desencantaron con aquella utopía bañada en sangre, le corresponde transitar desde la regeración del nosotros colectivo a la regeneración del yo interior.

Y lo curioso es que las circunstancias no son las del felipismo, que sus errores los pagó con patada en el culo. No hay ahora una propuesta alternativa capaz de desalojar a lo populares de la Moncloa, lo que hace casi imposible esa regeneración. Lo que se ve por contra es un PSOE tan perdido como toda la socialdemocracia europea y un C's incapaz de solidificarse como partido nacional y demasiado dependiente de un líder resultón, Albert Rivera, pero que está muy lejos de parecerse en prestigio al francés Macron. Beneficia también a los populares la amenaza comunista que supone Podemos, que lleva a muchos votantes a pensar que este PP gangrenado es mejor que el disparate apolillado que propone Pablo Iglesias y bendice Monedero. Difícilmente, en este contexto, se limpiará el PP de todo el excremento que lo acorrala, pero que no duden sus militantes de que o lo hacen o antes o después correrá el partido la misma suerte funesta que tantos otros partidos. Que los rivales sean una banda no significa que uno sea bueno. Si personas como el exalcalde Nieto, que esta misma semana declaró en el Congreso, se niegan a preguntarse los porqués y se conforman con la versión ducle y oficial significa que su fin está próximo. Si no se regeneran los regenerarán.

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