Cordobeses en la historia

El Niño del Museo o la prodigiosa voz del cante en el Café de Chinitas

  • Francisco Rojas Cortés impresionó con su portentosa voz a España e Hispanoamérica, actuó con los grandes de la copla y acabó de tabernero y defraudado por el patriarcado de los años 40

LOS fandangos de Cayetano Muriel resonaban con fuerza en la memoria de los flamencos de Adamuz, por entre la calle de los Mesones y la de Pedroche, que transcurren paralelas. En el número 65 de esta última vivían Manolito Arquino y Catalina La Ranchala, con sus cuatro hijos: Juana María, Pura, Manuel y Francisco Rojas Cortés, el niño mayor nacido el 25 de junio de 1905.

Al igual que El Niño de Cabra, su eterno referente, Francisco comenzó pronto a ganarse el jornal, en este caso, de la misma manera que Manolito Arquino, el arriero, y fue también adelantado en mostrar sus dotes para el cante. Como un muchacho de "carácter desenvuelto y jovial" lo define Juan A. Mejías León, autor de Notas biográficas de El Niño del Museo, que guarda el archivo flamenco de Rafael Guerra.

De la memoria de su propio padre transcribe Mejías León interesantísimos pasajes y anécdotas públicas y personales del Niño, de su ingenio y socarronería. Cuenta que lo encontraron camino de Villanueva de Córdoba agarrado al rabo de uno de los borriquillos de la recua sobre el que iba su padre, sin disposición de apearse. El hijo, cansado de ir a pie, arreó al burro y concluyó: "Eres más perro que quien yo sé". "Niño, de quién sabes tú", preguntó el padre. "Yo bien lo sé", respondió. Y zanjó el asunto volviendo a sus cantes. Apunta también su biógrafo que los campesinos recordaban cómo se paraban a escucharlo cuando pasaba cerca del tajo, "atronando los barrancos con aquella portentosa voz todavía sin pulir".

Pero sería en Sevilla, cumplidos ya los 22 años, donde se plantearía por primera vez la posibilidad de ser figura del cante al encontrar a un sargento, durante el servicio militar, que reconoció sus aptitudes y se lo presentó al capitán de la compañía, amigo a su vez de Pericón de Cádiz. Este joven artista escuchó al Niño que, según los expertos, destacaba por granaínas, saetas y fandangos. Se comprometió a apadrinarlo, y al licenciarse, su voz era ya conocida en la Taberna del Museo, que acabó bautizándolo artísticamente.

Su personal estilo para interpretar los fandangos de Lucena y los verdiales, le llevó a participar con grandes figuras ya consagradas como el Cojo de Málaga o Manuel Vallejo, competidores en el primer concurso que gana en la ciudad del Café de Chinitas. En aquel local actuó profesionalmente por primera vez en torno a 1928. A partir de ese año, y hasta 1936, disfrutó de la proyección y el éxito de los cafés cantante de la época, asociado a las corrientes marcheneras y a la denominada ópera flamenca.

Su domicilio no es ya Adamuz. El pueblo era el lugar de visita en el que esperaba su familia y la novia que inspirara muchas de sus composiciones. Hasta que una de las numerosas giras que emprende le lleva en 1931 hasta Barcelona, en donde coincide con Gloria Moreno, una bailarina y actriz madrileña, conocida como Tomasa, perteneciente a la compañía de Emilio Losada. La muchacha empieza a interesarse por el flamenco, toma clases con un famoso bailaor jerezano instalado en Madrid, y en la primavera de 1932 debuta junto al Niño del Museo en el Teatro Pavón de aquella ciudad, también con el empresario Losada. Tras mes y medio en cartel, comenzaron una gira por el país y dieron el salto a Hispanoamérica, en donde actuaron, entre otras, con Estrellita Castro, según las notas de Mejías León, que dice: "A pesar del éxito obtenido, a finales de 1933, la situación económica de la compañía no era muy próspera" y regresaron a España, tras abandonarla y "después de tres meses sin cobrar".

El Niño del Museo se convierte en su propio empresario, compartiendo cartel con las figuras más notables de los años treinta. Son también notables sus grabaciones en los viejos discos de pizarra, con más de cuarenta cantes acompañados de conocidos guitarristas.

En 1936 Gloria y él pasan parte de la Guerra Civil en Villanueva, sin dejar las giras por Hinojosa, Pozoblanco y otras localidades republicanas, donde sitúa su biógrafo algunas anécdotas, como el apadrinamiento por parte de ambos de Juanito Maravillas.

El 29 de agosto de 1941, la pareja se casó en la parroquia de San Andrés de Adamuz. Se habían retirado a una huerta, adquirida con los ingresos de la gira por Sudamérica, cuyas escrituras habían puesto a nombre de Manolito Arquino. Pero el padre se negó a devolverle la propiedad y optaron por empezar de nuevo, abriendo una taberna, antes de retirarse definitivamente de los escenarios en 1944. Aquejado de pleuritis, murió el 24 de octubre del 47 en su casa de Adamuz. Tomasa abrió otra taberna, ahora en el barrio cordobés de San Agustín, volvió a los escenarios americanos, regresó al pueblo del Niño del Museo, compartió con su cuñada una pensión del Fondo de Asistencia Social y, cumpliendo la voluntad de ambos, la enterraron junto a él en aquel cementerio en la primavera de 1984.

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