Crítica de Cine

La ciudad y las estrellas

La niña Millicent Simmonds.

La niña Millicent Simmonds. / d. s.

No era demasiado previsible que el siguiente proyecto de Todd Haynes tras la excelente Carol fuera la adaptación de una novela infantil de Brian Selznick, el autor de La invención de HugoCabret que ya llevara al cine Martin Scorsese. Y sin embargo, esta alianza nos parece ahora totalmente natural en su intercambio y fusión de miradas sobre el universo de la infancia (sorda, huérfana) y el descubrimiento del mundo (la gran ciudad, la revelación de los secretos adultos) a través de un tono y una calidez que se hunden en la nostalgia (estamos en 1927 y 1977 respectivamente) sin atisbo alguno de sensiblería o discurso moralizante.

Wonderstruck se desdobla así en dos relatos, dos texturas, dos tiempos y dos búsquedas destinadas a cruzarse y encadenarse, a través de una portentosa narrativa alterna (griffithiana) que permite a Haynes, cineasta manierista donde los haya, adoptar los lenguajes del cine mudo o la estética cool de los setenta con una coherencia interna que nada tiene que ver con la impostura retro y sí mucho con la materialización de las sensaciones y los modos de sendas historias donde la infancia es territorio de dolor, pérdida, aventura y (auto)descubrimiento, proceso de maduración que tiene aquí a Nueva York, su horizonte, sus dimensiones a escala y sus secretos escondidos en librerías, cines y museos, como verdadero gabinete de las maravillas para nuestros protagonistas.

Pocas veces encontrará un compositor contemporáneo un regalo como el que le hace Haynes a Carter Burwell en esta película. En la que es ya su cuarta colaboración con el director de Lejos del cielo o I'm not there, el compositor se responsabiliza de impulsar, acompasar y trenzar con una música delicada y hermosa los ecos de dos tramas que transcurren en paralelo, sin apenas diálogos, con plena confianza en el poder de las imágenes, el montaje y esa cálida corriente subterránea que hacen resonar con fuerza unos mismos espacios, unos mismos trayectos, unas mismas sensaciones.

Wonderstruck es por tanto una gran película infantil para todos los públicos, un filme sensible, inteligente, emocionante, generoso con un espectador analógico que, tenga 12 ó 45 años, podrá reconocer en él la identidad de una mirada, el cariño por las viejas formas del relato, la cinefilia integrada sin costuras, el sentido y el valor de la herencia (genética, cultural) y el amor por una ciudad infinita y abierta que no cabe en cualquier maqueta de museo.

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