Crítica de Cine

La burbuja del manierismo

La dama y la doncella, personajes de esta historia sobre la ambición y el deseo.

La dama y la doncella, personajes de esta historia sobre la ambición y el deseo. / d. s.

Después de su experiencia americana (Stoker), el surcoreano Park Chan-Wook, celebrado a comienzos de siglo como uno de los autores más iconoclastas y manieristas del nuevo cine asiático de género (Oldboy), vuelve a su país y a su particular universo de obsesiones para desplegar su pirotecnia narrativa y su gusto por la puesta en escena barroca ahora en un ambiente de época.

En la Corea ocupada por los japoneses de 1930, una joven pobre es contratada como criada de una mujer rica japonesa, en una operación orquestada por un estafador que pretende su fortuna haciéndose pasar por un conde.

Introducida la premisa conspiradora y situados en el imponente caserón de la dama, Chan-Wook expande el encuadre y satura la imagen para recrearse en los detalles de ambientación y su imaginería gótica, deudora de una poderosa y sugerente hibridación entre lo occidental y lo oriental, deleitándose en cada espacio, cada arquitectura, cada tejido, cada objeto, con una obsesión plástica marca de la casa que dejará sin aliento a los coleccionistas de salvapantallas.

Otra cosa son ya los trucos de prestidigitador narrativo que empiezan a perder cierto efecto por reiteración y exceso de visibilidad. Lo que en un principio se nos anuncia como intento de engaño y estafa unidireccional, pronto se pliega sobre una nueva (y falsa) pista con uno de esos cambios de punto de vista tan caros al director de Sympathy for Lady Vengeance, que se guarda empero un giro más antes de la resolución.

A Park sigue gustándole el trile como figura y pretexto novelesco para la repetición y las variaciones, aunque la estrategia no siempre redunde en beneficio del relato.

No obstante, los momentos estelares de su película tienen que ver con la materialización del deseo en las tórridas escenas de sexo lésbico entre la doncella y la dama, que corren el peligro del esteticismo publicitario dentro de su atrevimiento y, sobre todo, con el indudable poder de sugestión de los relatos orales en ese sótano-escenario donde los señores de la alta sociedad se reúnen para dar rienda suelta a sus fantasías y perversiones eróticas, de indudable referencia literaria y, sobre todo, gráfica.

A la postre, y a pesar de la brillantez y la escala del espectáculo, da la sensación, como casi siempre en Park, de que estamos en una gran burbuja de paredes demasiado finas y fáciles de pinchar para que todo se desmorone.

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