Crítica de Cine

La avaricia rompe el saco

Ewan McGregor, en 'T2: Trainspotting'.

Ewan McGregor, en 'T2: Trainspotting'. / d. s.

En 1996 Trainspotting cosechó premios, excelentes críticas y éxito de taquilla pasando por una ambigua, lúcida, desgarrada, cruel, irónica, hiperrealista (sumen adjetivos) mirada hacia el último piso o incluso el sótano del submundo de la droga. La trayectoria posterior de su director, Danny Boyle, demostró que se había aproximado a ese infrauniverso marginal con la misma hábil ligereza comercial con que lo hizo al cine de catástrofes en Sunshine, a la pobreza y explotación del tercer mundo en Slumdog Millionaire, a los zombis en 28 días después, al drama montañero en 127 horas o al thriller en Trance (por citar sólo las más efectistas/efectivas, que también ha dirigido bodrios pretenciosos como La playa, grotesco descenso a los infiernos y búsqueda de sí mismo de un DiCaprio desquiciado). Boyle es un director comercial dotado de buen oficio y sobre todo de una apreciable habilidad para camuflar sus películas, haciéndolas pasar por obras alejadas de la rutina comercial. Heroinómanos, niños indios pobres, zombis o ladrones amnésicos le valen por igual. A esto, antes, se llamaba ser director de cine de género.

Que haga una secuela de su éxito supuestamente nihilista y rabioso de 1996, basado en la continuación novelística publicada por Irvine Welsh en 2002 con el título de Porno (que Boyle cambia por T2: Trainspotting para no perder el tiempo), encaja perfectamente con su avidez. Aunque esta vez el tiro yerra de blanco y la película arroja una luz poco favorecedora sobre los intereses y la personalidad de su director.

Los mismos personajes años más tarde. Menos supuesta transgresión o hiperrealismo posmoderno y más convencionalidad disfrazada de discurso anticonvencional. Al muñeco que hace 20 años fascinó, sobrecogió o engañó -elijan lo que gusten- se le sale la paja. Ya no engaña: es lo que es, la hábil explotación de un éxito realizada, eso sí, con cierta desgana pese a su efectismo, como si Boyle ya no supiera mentir con la contundencia con que lo hizo. Un paso en falso de este traficante de miserias. La avaricia, ya se sabe, rompe el saco.

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