Crítica 'Aguas tranquilas'

Tierra, mar, aire, cuerpo, espíritu

Aguas tranquilas. Drama, Japón, 2013, 120 min. Dirección y guión: Naomi Kawase. Fotografía: Yutaka Yamazaki. Música: Hasiken. Intérpretes: Nijiro Murakami, Jun Yoshinaga, Makiko Watanabe, Hideo Sakaki, Tetta Sugimoto, Miyuki Matsuda, Jun Murakami, Fujio Tokita. 

Figura de referencia del novísimo cine japonés, Naomi Kawase (Shara, Tarachime, El bosque de luto) ha buscado siempre en su cine, a salto entre las formas del documental y la ficción, la armonía entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos, el equilibrio entre el cuerpo y el espíritu, filmando la naturaleza como espacio sagrado en el que conciliar el sentido más profundo y trascendental de la existencia.

Aguas tranquilas es una summa de todos esos temas y preocupaciones autobiográficas en las formas suaves y sensoriales de una narrativa que, con un ligero pretexto de género (la aparición de un cadáver en el agua), se quiere atenta a las olas que rompen, al viento en los árboles, a la lluvia o las tormentas nocturnas, marco vivo y cambiante de un doble proceso de iniciación y aprendizaje: el de Kaiko y Kyoko, dos adolescentes de la isla de Amami que descubren muy de cerca el dolor y la muerte, la pérdida y el sentimiento de abandono, al tiempo en que despierta entre ellos el amor y el deseo.

Bañada por la luz del verano y envuelta en los sonidos de la naturaleza, Aguas tranquilas aspira a conciliar en tono lírico y contemplativo el espíritu y carne, los temores y las esperanzas, al ritmo que marcan los días, trazando grabados en movimiento y filmando rituales de tránsito que aspiran a materializar esa búsqueda de la armonía que apacigüe el dolor y el sufrimiento.

Se trata, en fin, de registrar la belleza de lo real y buscar lo espiritual en su superficie, de un filme-legado para generaciones posteriores, una película que Kawase tal vez haya hecho para su propia hija, a la que vimos nacer en Genpin.

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