Cultura

Lumière, el cine inventado

  • París conmemora la aparición de uno de los grandes inventos de la modernidad, de cuya primera proyección se cumplen 120 años.

En una de las entrevistas televisivas más memorables jamás filmadas, Éric Rohmer ponía delante de la cámara a Jean Renoir y al mítico director de la Cinématéque Française Henri Langlois para registrar su amigable conversación sobre el cinematógrafo de los hermanos Lumière. Corría el año 1968 y la institución acababa de realizar la primera recuperación y restauración de las imágenes filmadas por los primeros camarógrafos de los empresarios de Lyon, unas imágenes, apenas 46 segundos, La salida de las trabajadoras de la fábrica, de cuya primera proyección en un hangar de Lyon se cumplieron 120 años el pasado día 20.

Renoir, quien fuera hijo del pintor Auguste Renoir, afirmaba que el cinematógrafo había cambiado profundamente la manera de ver el mundo, mostrándolo por primera vez tal y como era. Para él, la fotografía y el cine eran contemporáneos de los carruajes de caballos, los corsés y los códigos de apariencia del París descrito por Proust. Para Langlois, el cine instauraba en la esfera de las artes visuales y su historia un hecho fundamental: también por primera vez la representación del mundo no respondía tanto a una idealización del artista hecha a través de su sensibilidad y de ciertos códigos plásticos, sino de la huella misma de la realidad impresa en un soporte dúctil y flexible que nos la devolvía tal cual.

De este último hilo nacería toda la teoría ontológica y realista del cine a la que daría consistencia André Bazin y que aún hoy sigue siendo un punto de referencia obligada para la teoría y la crítica cinematográficas y sus revisiones al hilo de las nuevas transformaciones tecnológicas.

Los operadores de Lumière, unos empresarios inquietos interesados siempre por los avances de la técnica y que llegaron a pensar que su aparato era "un invento sin futuro" (o, al menos, así nos lo recordó Godard en una escena de El desprecio), privilegiaron instintivamente, si acaso alentados por ciertos modelos de composición heredados de la pintura y la fotografía, aunque siempre muy conscientes de la temporalidad de la puesta en escena, el carácter meramente mecánico y de registro de las imágenes.

La novedad era, qué duda cabe, el propio movimiento en sí, el de los cuerpos de las trabajadoras al salir de sus fábricas (aunque para ello hubiera que repetir la toma varias veces evitando las miradas indiscretas al objetivo), la llegada de un tren a la estación, el bullicio de las calles de París, los gestos de un niño comiendo o el movimiento de las ramas de un árbol; el engaño al ojo, en definitiva, que permitía que, en una determinada secuencia y velocidad, la vida se reactivara milagrosamente ante la mirada, una vida en sombras, como escribiría pocos meses después Gorki en un hermoso texto.

Hablamos, por tanto, del cinematógrafo como una máquina hija de la modernidad y fruto de la conjunción y acumulación de invenciones, juegos y dispositivos previos, del zootropo al kinetoscopio de Edison pasando por la linterna mágica, testigo de una sociedad en plena transformación en la que los estertores del siglo XIX y el empuje del XX se cruzaron para darse el relevo y activar ya para siempre una nueva manera de ver, entender y compartir el mundo.

Francia celebra estos días, en el suntuoso Gran Palais parisino, los fastos de este aniversario, que festeja no sólo la máquina y las imágenes sino el hecho determinante de haberlas convertido en un dispositivo de proyección para la experiencia colectiva, a saber, en un fenómeno compartido y social.

La exposición Lumière!, le cinéma inventé (del 27 de marzo al 14 de junio), comisariada por Thierry Frémaux, responsable del Festival de Cannes, presenta cerca de 1.400 filmes de la casa Lumière (casi la totalidad de su catálogo, del que apenas queda un 2% por localizar y restaurar) y permite recorrer unos espacios que reconstruyen los interiores y la decoración de la época en que se pudo ver por primera vez en sociedad, en el famoso Salon Indien del Grand Café de Paris del Boulevard des Capucines, una serie escogida de cortometrajes que forman ya parte del patrimonio cultural de la Humanidad.

Como ya ocurriera en 1995 en la celebración del primer centenario con el filme colectivo Lumière et compagnie, para esta nueva ocasión se ha encargado también a directores como Paolo Sorrentino, Pedro Almodóvar o Quentin Tarantino que realicen sus respectivos remakes de la mítica salida de las trabajadoras de la fábrica Lumière, no sólo el primer filme de la Historia, también el primer filme social de todos los tiempos.

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