Crítica de Cine

Lágrimas de cocodrilo

Que el gran Donald Sutherland y la grandísima Helen Mirren interpreten esta tartita geriátrica de ancianos cascados además de por la edad por graves enfermedades que se van de viaje para no sentirse un estorbo sobremedicado y sobreprotegido, y así -aunque dé rubor escribirlo- se redescubran el uno a la otra y ambos a la vida, demuestra que los estudios de Hollywood, por duros que fueran, trataban mejor a las estrellas de lo que lo hacen el mercado y la producción más o menos independientes. ¿Qué pintan estos dos grandes actores en esta enésima reedición de la ya lejana y pegajosa (hasta en su borrosa fotografía) En el estanque dorado?

Todo se entiende si se sabe que el guión se basa en una cursilísima y blandiblú novela de Michael Zadoorian. Y se entiende aún más si se tiene en cuenta que el director es el cursi Paolo Virzi (cine italiano, ¿qué se hizo de ti?), quien tras triunfar con la historia de dos señoras insoportables recluidas en un psiquiátrico (Locas de alegría), intenta repetir jugada con esta escapada (enfermedad incluida) de los dos ancianos. Tramposa, blanda, deshonesta en su manipulación de la decrepitud y de la enfermedad, autoayuda simplona en su canto a la vida pocha y al amor inmarchitable, de ella solo se salvan Sutherland y Mirren. Vaya por ellos la estrella solitaria. Pero los dos grandes actores son también su condena: no se puede hacer tan mal guiso con tan buena materia. Hay que tratar con más respeto la edad y la enfermedad, a los actores y al público.

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