Crítica 'El año más violento'

Claroscuro americano

El año más violento. Drama, EEUU, 2014, 124 min. Dirección y guión: J. C. Chandor. Fotografía: Bradford Young. Música: Axel Eebert. Intérpretes: Oscar Isaac, Jessica Chastain, Albert Brooks, David Oyelowo, Christopher Abbott, Peter Gerety, Elyes Gabel, Catalina Sandino Moreno, Alessandro Nivola, Ashley Williams.

El mejor cine norteamericano de hoy mira al mejor cine norteamericano de todos los tiempos, que no es otro que aquel de la década de los setenta, el del Nuevo Hollywood que fraguaron entre los recién llegados, insolentes barbudos, los autores regenerados en el propio seno de la industria y los verdaderos independientes y outsiders.

Pienso, hoy por hoy, en James Gray, al que sin duda J. C. Chandor querría parecerse más de lo que lo hace en esta revisitación neoclásica del drama criminal, situado ya en en Nueva York de los primeros ochenta, que busca recrear aquellas decadentes atmósferas urbanas de la extorsión y la llegada del dinero bajo las formas sombrías y el claroscuro que hubieran servido un Gordon Willis o un Conrad L. Hall.

El año más violento es, contra lo que pudiera indicar su título, un filme en el que la violencia es (casi) siempre latente y contenida, un germen a punto de estallar en los márgenes de la vida de un empresario transportista de origen latino (estupendo, como siempre, Oscar Isaac) que quiere abrirse paso y cumplir su sueño en la Norteamérica multicultural de las oportunidades sin caer en las redes de la corrupción, sin sucumbir a las presiones de los prestamistas y los sindicatos y con la policía pisándole los talones.

Chandor transmuta ahora en la piel de un Lumet renacido y sereno después de adentrarse en las tripas de Wall Street con modos teatrales y televisivos en Margin call y de sostenerle la aventura de supervivencia solitaria al náufrago Robert Redford en la estimable Cuando todo está perdido. Y lo hace con agradecida sobriedad, aunque a la postre sus cartas dramáticas se desplieguen con un juego explícito (la pátina shakesperiana es demasiado visible, en el retrato de la esposa, Jessica Chastain, como una suerte de Lady Macbeth manipuladora y fatal) no tan potente como para ganarle la mano a todas esas películas que parecen haberle servido de referente. Nuestro nuevo Príncipe de la ciudad quiere ser un hombre recto y honrado en su escalada empresarial, pero no parece tener las agallas necesarias para entrar en la división del Big Money. La influencia y manejos de su esposa serán los que, finalmente, le haga renunciar a los principios y bajar al barro del crimen y la traición (de clase) para restablecer el nuevo orden.

Las resonancias y ecos son evidentes, pero El año más violento no termina de alcanzar el espesor, la densidad y el empaque que la lancen un poco más allá del homenaje posmoderno que, como todas las grandes películas norteamericanas, deja entrever la deriva feroz y los mecanismos internos del capitalismo que se abre paso como gran maquinaria moral de sueños convertidos en pesadillas.

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