Buen Sucesos

San Andrés anuncia el Buen Suceso

  • La última cofradía del Martes Santo vuelve a salir de su parroquia arropada por una multitud.

SAN Andrés es a la vez un barrio y una unión de barrios. Un cruce de caminos. Su templo, rico en matices debido a las numerosas reformas que ha sufrido desde que fundó en el siglo XIII, está situado en uno de los puntos neurálgicos del casco histórico. Apenas distan cinco minutos a pie de las iglesias de San Pablo, San Lorenzo, Santa Marina y San Pedro, y desde sus empedradas calles una masa ingente de personas avanza para asistir a la última salida del día.

Acceder a los aledaños de este barrio en pleno Martes Santo es cuanto menos que una gesta, y hacerlo sin recibir la colérica mirada de una muchedumbre con la que uno va colisionando continuamente es poco más que un milagro. La hermandad Universitaria no hace mucho que ha pasado por el Realejo, y la lúgubre estela que procede a su cortejo ha desaparecido de un plumazo. Vuelven las conversaciones a la plaza de San Andrés.

Faltan apenas diez minutos para que la cofradía comience su estación de penitencia y en los alrededores de la iglesia fernandina no hay hueco para las primeras filas, por lo que a los fieles que se van incorporando a partir de esta hora desde San Pablo, Realejo y Fernán Pérez de Oliva para disfrutar de esta salida procesional no les queda otro remedio que ser relegados a las últimas posiciones. La espera, como casi todas, es larga, lo cual beneficia enormemente al personal que en Semana Santa hace su a particular agosto a pie de calle con la venta de pipas y refrescos.

Con bastante puntualidad, el templo abre sus puertas de par en par para dar paso a las primeras filas de nazarenos vestidos con túnica de cola y cubrerostro rojo y cinturón de esparto. Portan cirios de color amarillo tiniebla y la mayoría de ellos aún no están encendidos -para disgusto de algunos pequeños que ven frustradas sus aspiraciones de añadir un nuevo matiz al cromatismo de sus bolas de cera-.

Cuando la cruz de guía apenas ha llegado a la parte superior de la calle San Pablo, los costaleros comienzan las primeras labores de una jornada que durará poco más de cinco horas. La salida es lenta, dificultosa. La cuadrilla planta cara a las estrecheces del portón de San Andrés y comienza a andar por derecho bajo los sones del himno nacional interpretado por la agrupación musical Nuestro Padre Jesús Nazareno de Peñaflor, que prosigue interpretando varias marchas para que el paso -que estrena la talla trasera del canasto- dé una revirá y enfile San Pablo. Suena La Saeta, y la cuadrilla, que se sabe de memoria esta pieza, sincroniza perfectamente sus movimientos bajo el aplauso de una multitud. Poco después, el palio de cajón de la Virgen de la Caridad, de estilo sobrio y elegante, recorre los mismos pasos. La última hermandad del Martes Santo -cuyo misterio representa el encuentro de Jesús con su Madre en la calle de la Amargura- ya está en la calle. San Andrés, de nuevo, acaba de anunciar a Córdoba el buen suceso de la Pasión de Cristo.

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