La soledad

El dolor en silencio de una madre

  • La hermandad realiza su estación de penitencia después de tres años sin salir a la calle.

LA Virgen de la Soledad sólo necesita su mirada para contar su dolor. No hace falta nada más, ni música, ni aplausos después de una levantá. Ella sola, en su dolor, sale de Santiago para encontrarse con su pueblo y buscar algo de consuelo. Sola, se abre paso entre el silencio que impresiona a pesar de la multitud que se da cita para acompañarla en su estación de penitencia. Las palabras no salen cuando se ve a la Soledad girar desde su templo en medio de una calle Agustín Moreno atestada de fieles que guardan un respetuoso silencio que solo se rompe con el cante de una saeta. Y la Soledad inicia su camino con la única compañía de una cruz vacía que le recuerda que ya ha perdido a su Hijo.

Esta vez las lágrimas, que las hay, son de emoción por verla a Ella, no de frustración como el año pasado, cuando el tiempo impidió la estación de penitencia por tercera vez. A la cuarta, ahora sí, va la vencida y los rayos de sol se reflejan en la cruz de guía desde su salida de Santiago. La calle es estrecha pero los fieles se organizan ordenadamente para ver la salida de su Virgen. Este año sí. No hay banda de música, no hay palmas sino una bulla silenciosa que acompaña en silencio el dolor de esa madre. Un imagen que deja el corazón encogido.

"Es mi Virgen y llevaba ya muchos años sin verla en calle", aseguraba una mujer mayor con su nieta en brazos. La niña, de apenas tres años, pedía silencio con ahínco porque su madre le había dicho que tenía que permanecer callada al paso de la Virgen. La hilera de fieles recorría toda la calle mientras la Soledad se iba haciendo paso en su estación de penitencia. Una mujer se atreve a cantarle la primera saeta apenas después del complicado giro que tiene que realizar el paso para enfilar Agustín Moreno. "De la cruz lo desclavaron y en tus manos lo pusieron" dice el emotivo canto dirigido a la Soledad. Y la Virgen, una maravilla tallada por Luis Álvarez Duarte en 1975 avanza sola, llevando sobre sus manos la corona de espinas.

Después llega la entrada en carrera oficial y la estación de penitencia en la Catedral, uno de los momentos más emocionantes además de singulares por ver la mezcla entre la sobriedad de esta hermandad y el ambiente turístico que siempre rodea a esta parte de la ciudad. Pero lo más importante es que la Soledad puede por fin sacar su dolor por las calles de Córdoba para encontrar la complicidad de su pueblo que en Ella deposita su fe.

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