La Esperanza

La Virgen de la Esperanza llena de luz la calle San Pablo

  • Los nazarenos de Santiago tuvieron presente a un cofrade que falleció en septiembre

Ayer hizo calor en San Andrés. Y mucho. En la acera de los impares de la calle San Pablo, el sol azotaba de lo lindo a quienes no tenían más remedio que aguantar el tipo si querían ver pasar a la Hermandad de la Esperanza. Antonio, de Santa Marina, con una mano sobre la frente se hacía algo de sombra en el rostro, la justa para mirar con comodidad hacia la puerta del templo. "Hace una semana no apostaba un duro a que hoy iba a hacer este sol", murmuraba por la incomodidad de tener el brazo en dicha postura durante tanto tiempo.

En las inmediaciones de San Andrés no quedaban espacios libres. A lo lejos, se vieron las gorras de la agrupación musical Nuestro Padre Jesús de la Pasión de Linares que llegaba en pasacalles por El Realejo. Pararon el banderín ante la iglesia. Era la hora de la salida de la procesión y, como se todo estuviera ensayado, otra formación musical, en este caso la de Nuestra Señora de la Amargura, de Peñarroya, echaba a andar ante la cruz de guía, envuelta en un cerrado aplauso de la concurrencia.

Decenas de nazarenos, de capas blancas, de cubrerrostros de terciopelo verde, se abrieron paso a duras penas entre la masa de público con ganas de disfrutar de un Domingo de Ramos hecho a medida. A Antonio le suena el móvil y a los pocos segundos suelta a su interlocutor: "Aquí hace un calor que te cagas". Y era verdad. Los cuadernillos con los itinerarios fueron improvisados abanicos y las gafas de sol de todo tipo -desde las Ray Ban modelo aviator hasta las Dolce&Gabana de mercadillo- eran una constante a lo largo de la acera de los impares de San Pablo. Los menos pudorosos se remangaron las mangas hasta los hombros y los más aguantaban a pie firme con la alegría de divisar entre los naranjos los ciriales del paso de misterio.

Los de Linares tocaron una marcha mientras la cuadrilla se acercó al cancel, momento en que la Marcha Real provocó que la bulla reaccionara como por un resorte y diera la bienvenida con un estruendoso aplauso al paso de Nuestro Padre Jesús de las Penas. A partir de este momento hizo la cuadrilla una de las chicotás más largas de su recorrido. Nadie se acordaba ya del sol ni del calor. Tanto los que estaban en plena solana como quienes seguían la procesión desde la sombra disfrutaron del momento, cuando una marcha tras otra, encadenadas sin interrupción hicieron que el paso fuese sin poner los zancos en el suelo desde la misma puerta de San Andrés hasta más allá de la esquina de Orive. Toda una proeza. Y del tirón.

La túnica roja del Señor de las Penas, del mismo tono que los claveles del friso, se bamboleaba lentamente. El viento que se levantó en ese momento se encargó de dar vida al resto de las figuras del misterio. Las plumas blancas de los centuriones se agitaban al viento y los ropajes y capas adquirían una dimensión casi verídica.

La luz del sol entraba con toda la potencia desde la parte alta de la calle San Pablo, con el beneficio añadido del cambio de hora estrenado ayer. Esto hizo que este paso de misterio se inflamara de resplandores que justificaron el uso de las Ray Ban aviator y de las Dolce&Gabana de mercadillo.

Cuando la banda iba por donde el Domingo de Ramos del año pasado unas tejas caídas hicieron peligrar varias procesiones, desde San Andrés salía el paso de la Virgen de la Esperanza. Agitación en el bullicio, petalada desde el balcón de Mely Lopera y Esperanza cordobesa en los sones de su banda para iniciar un recorrido donde la luz entraba filtrada por el palio de malla y reverberaba en todos sus elementos. Con la Esperanza se acabó el calor en la calle San Pablo.

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