Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

La vida sin pensiones

ALGUNA vez habrá que tocar las pensiones. Ahora o más adelante. El asunto va a cambiar de aquí a unos años, y para la mayoría de nosotros esta panacea del retiro pagado puede claudicar antes de tiempo. Que el sistema de pensiones, elaborado tras la Segunda Guerra Mundial con la base de la solidaridad pública, es uno de los mayores adelantos de la vida occidental, es algo que nadie pone en duda: después de toda una vida trabajando, y sacando adelante una sociedad, tampoco es exigirle demasiado a la vida que esa estructura que se ha contribuido a levantar después cuide de uno. La base es una suerte de pirámide social, que bascula sobre una necesidad imprescindible: que haya una mayoría de población laboral capaz de sostener ese mantenimiento de una minoría jubilada. Si esa misma pirámide se invierte, esto es, lo que sucede ahora, y lo que hay es una mayoría de población al borde de la jubilación, o en edad de irlo pensando, con una minoría laboral, esa operación es imposible. Si seguimos mientras tanto a este ritmo tan desenfrenado de sequedad total, con un índice de natalidad que va menguando mientras la ciudadanía se envejece, dentro de muy poco nos enfrentaremos a la siguiente paradoja: que una gran parte de la población estará en edad de recibir su correspondiente pensión, y además la exigirá, con todo merecimiento, tras una vida entera dedicada al trabajo, mientras una minoría laboral apenas tiene para poder salir adelante por sí misma. Esta es la situación de las pensiones, y su ocaso más que posible.

Si a todo esto añadimos la coyuntura internacional, y esa sensación de que la vida no va a volver a ser como hasta ahora, resulta inevitable revisar las pensiones, que con el tiempo pueden desaparecer. Esto es algo que ahora nadie está dispuesto a admitir: que las garantías sociales, como también el ocio y la cultura, sólo son posibles en sociedades prósperas. Aquí hay mucha gente convencida de que todavía somos ricos, y podremos estirar la situación lo que dure; pero llegará un momento, espero que lejano, en que habrá que plantearse, a nivel colectivo, a qué cosas debemos renunciar.

Nos cambiará la vida, y también un sistema de valores regido por derechos laborales que en las economías emergentes, empezando por China, no son contemplados ni se contemplarán. En el fondo, que Zapatero encare ahora las pensiones tampoco es un asunto demasiado dramático, porque antes o después habrá que hacerlo. Eso sí, podría dejarle algún trabajo a Rajoy, por si acaso algún día sube como inquilino esas escaleras de Moncloa, y descansar un poco, que ya ha tocado demasiadas cosas y tampoco hay que exigirle tanto. Habría que plantearse, como un acuerdo cívico, y sin que medie la alarma electoral, qué sociedad queremos dentro de treinta años.

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