La ciudad y los días

Antonio Manuel

Espadas y amapolas

LOS poetas (Ash-Shuaara) es el título de la Sura 26 del Corán. En ella se habla de la tendencia natural del ser humano a despreciar la verdad cuando le perjudica. Un mal endémico que ha enfermado a todas las sociedades, en todos los tiempos y en todos los lugares. Los poetas a los que alude la Sura 26 son Moisés, Noé, Abraham y otros profetas comunes a las tres religiones del Libro que comparten la misma raíz, el mismo tronco, y se distancian en las ramas. Algunas podridas. Muchas. Pero no todas. La religión no tiene la culpa de lo que hacen algunos de sus fieles. Los cristianos no tienen la culpa de que algunos curas sean pederastas. Los judíos no tienen la culpa de que algunos israelíes masacren a palestinos. Ni los musulmanes tienen la culpa de que algunos terroristas se hilvanen bombas en el pecho. Por eso se ha equivocado Antonio Gala. En el fondo y en la forma. No tendremos que defendernos del Islam, sino de algunos islamistas que desconocen la historia de Andalucía tanto como la ignoran los propios andaluces.

Tras la desaparición política de Al Ándalus, al nacional-catolicismo español y al panarabismo-islamista no español interesaron por igual el mito de una conquista extranjera de la península ibérica, y su colonización por extraños durante más de ocho siglos. Y unos utilizan esta teoría absurda e insostenible para justificar la "Reconquista", y otros para enarbolar la bandera de la recuperación del paraíso perdido. Pero ni los unos reconquistaron lo que nunca perdieron, ni los otros perdieron lo que nunca conquistaron. Al Ándalus es un componente más de la historia de España y de Europa. Y los andalusíes eran hispanos y europeos. Aunque sus nombres se escriban en árabe. Y mal que les pese a quienes todavía custodian con alzacuellos aquella versión sectaria de la historia, en Al Ándalus coexistieron musulmanes, judíos, cristianos, ateos y paganos. La misma coexistencia que desapareció por la fuerza con el destierro de sefardíes y moriscos (más hispanos que sus represores), y con la posterior persecución inquisitorial de la diferencia.

Esta verdad me convierte en un poeta para los integristas excluyentes de uno y otro bando. Sin embargo, no estoy solo. Somos muchos los poetas alistados en la milicia utópica del abrazo. Una inmensa minoría. Cada vez más invisible. Y ahí es donde radica el verdadero peligro del que hablaba Antonio Gala: la invasión de los espacios públicos de opinión por los ciegos que se niegan a ver. Cada vez son más. Gritan. Y asustan. Nada nuevo bajo el sol. Nada que no explique la Sura de los poetas. Noé advirtió del diluvio y no le creyeron. El pueblo adoró a los ídolos y no al Dios de Abraham. El pueblo salvó a Barrabás y condenó a Jesús… Y hace poco votó mayoritariamente a los que prometían pleno empleo o negaban la misma existencia de la crisis del capitalismo. Todos los que decían la verdad jamás fueron creídos por el pueblo hasta después de muertos. El mismo pueblo que canta esta poética sevillana: "Como tú y yo vemos no es de la misma forma. Dónde tu ves espadas, yo veo amapolas".

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