El fuste

Jesús Cabrera

Réquiem por una perrita

CUENTAN que una perrita llamada Carol falleció hace unos días en un desfile de moda canina celebrado en Madrid. Una pena. Cuentan los obituarios de Carol que la causa del deceso no está clara; que pudo morir ahogada por el abrigo que llevaba, que pudo ser un infarto o, incluso, envenenada. Fuese una causa u otra, la desaparición de esta perrita ha reabierto el debate sobre la dignidad de los animales. Si realmente hay coherencia en las ideas, ya tenían que haber saltado al ruedo -metafórico, claro- todos los antitaurinos que están dando la lata, para señalar que los perritos, como Carol, también son seres vivos y que no pueden estar en un régimen de esclavitud, propio de los estados sureños de Norteamérica: secuestrados en pisos con derecho a sólo un paseo al cabo del día, obligados a llevar las zapatillas de paño al amo cuando vuelve de trabajar, a ingerir infectos productos en forma de alimentos, a soportar una sarta de estupideces cada vez que los acarician, a saber, en definitiva, que tienen que llevar el resto de sus días un ignominioso collar al cuello. Como Kunta Kinte. En una segunda fase, los defensores de la dignidad animal la tomarán contra todos aquellos que tienen pájaros en sus casas. Da igual que sea un canario, un loro o un pájaro perdiz, porque sus dueños tendrán que declarar ante el juez como maltratadores. Carceleros. Y qué decir de los propietarios de las marisquerías, que cuecen a esos pobres bichitos aún vivos. ¡Asesinos!

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